–¿En qué momento pensaste que esto era una buena idea?– preguntó Carlos, viendo la nueva distribución del salón.
–Es una buena idea.– respondió Blas.
–¿No había algo más pequeño?– cuestionó Arlette, con el ceño fruncido y cara de querer pegarse un tiro.
–Los pequeños no suenan igual.– dijo Blas, rascándose la nuca.
Blas había comprado un piano de cola en cuanto Eloy le pagó todo lo que le debía. Podría haber adelantado parte del alquiler de los próximos meses, abastecer la casa con comida para tres personas o comprar cortinas nuevas. Pero no. Compró un piano de cola porque según él había un espacio desaprovechado en el salón.
–Tampoco queda tan mal.– dijo Blas, acercándose al piano y sentándose en la banqueta– Os podré tocar todas las noches un poco antes de dormir, hay que mirar el lado positivo de la vida.
Carlos y Arlette intercambiaron una mirada cómplice mientras Blas jugueteaba con su nuevo piano. Al castaño se le veía tenso, demasiado tenso para estar feliz y a gusto con su nueva adquisición. Los dos amigos cogieron una silla de la mesa del comedor y la acercaron para sentarse a ambos lados de Blas, mirándole fijamente para que sacara a la luz sus más oscuros secretos.
–Nos estás ocultando algo, ¿verdad?– preguntó Arlette, acercándose a Blas.
–Sí... Dínoslo, Blas, no nos vamos a enfadar.
Blas agachó la cabeza y empezó a juguetear con sus propios dedos, buscando las palabras idóneas para decir.
–Veréis...– comenzó a balbucear– Ya sabéis que todos los del coro lo dejaron cuando supieron que no iba a ser su profesor nunca más.
–Sí, lo sabemos.
–El caso es que... El otro día cuando fui a casa de Celia, estaban Marta, Alex y Paula, ¿no? Pues una cosa llevó a la otra, nos pusimos a hablar y me comentaron que les gustaría seguir su formación como cantantes.
Arlette ya se veía venir lo que pasaba y, aunque Carlos no del todo, se lo intuía, y tenía ganas de darle con una sartén en la cabeza.
–Blas, no.
–Les dije que podía ser su profesor particular porque tenía pensado comprarme un piano nuevo y que podían venir a mi casa a dar clase de canto.– soltó Blas muy deprisa, para quitarse el peso de encima.
–¿Tú eres consciente de que aquí vivimos dos personas más?– protestó Arlette.
–Lo sé, pero solo serían tres días a la semana alrededor de una hora.– dijo Blas desesperado– Mirad, no quiero dejar de dar clases. Me gusta y me siento muy realizado con ello. Además que no van a ser todos los que ya tenía, algunos solo quieren que les de clases para aprender a tocar el piano.
–Ah, ¿clases de piano también?
–Chicos, es temporal, ¿vale? Va a ser solo un trabajo adicional. Además, no está tan mal, los chavales me han comentado que tienen compañeros de clase que les gustaría aprender a tocar el piano. Si cobro por las clases lo mismo que cobraba Eloy por el coro, siendo tres días y más niños, voy a ganar al mes bastante más que vosotros dos.
Carlos empezó a hacer cálculos matemáticos con la cabeza intentando descifrar el sueldo en negro de Blas. Arlette se levantó de la silla y se puso a caminar en círculos por el salón.
–Para dar este tipo de clases tendrías que darte de alta como autónomo.
–Ya lo he hecho.–dijo Blas, como si fuera la cosa más obvia del mundo– Os lo he dicho, es algo temporal. Disfruto un montón siendo profesor, chicos, y a penas os molestaría. Porque en las horas que yo doy clase, Arlette estará entrenando y Carlos puede irse a dar un paseo con Onza o yo que sé, irse a estudiar a la biblioteca.

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Que Dios nos pille confesados
FanfictionEstá bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura h...