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-Tío, ¿me queda bien el chándal? Es que noto como que me queda pequeño.-dijo Carlos, mirándose por octava vez en el espejo de la habitación de Blas.

-¿En serio me estás preguntando eso?-cuestionó Blas, frunciendo el ceño. Terminó de atarse los cordones de las deportivas y se levantó para andar hacia Carlos.- Yo que sé, ¿quieres uno mío?

-No, que esos si que me quedan mal. Tienes un gusto horrible para la ropa deportiva.- dijo el rubio, haciendo una sentadilla.-En serio, me quedan pequeños.

Blas miró soltando un suspiro el drama de Carlos mientras este seguía intentando estirar los pantalones, a grito pelado de 'ayer me quedaban bien cuando me los probé'. Blas se situó a su lado en el espejo y observó el reflejo de ambos, replanteándose pegarse un tiro ahí mismo.

Carlos se puso de perfil, girando el cuerpo hacia Blas. Apoyó los brazos en su hombro y se puso de puntillas, todavía buscando el defecto. Blas intentó no tensarse por el toque del rubio, aunque estaba empezando a notar que se le cortaba la respiración porque le tenía demasiado cerca.

Blas volvió a mirar el reflejo del espejo, encontrándose con su peor cara matutina, y los pelos revueltos de Carlos a su lado. Bajó la vista hacia su chándal, que incluso le quedaba un poco largo. Intentó buscar el defecto con él, analizando la prenda con todo el detalle posible.

Se mordió el labio al darse cuenta de lo que le pasaba. Lo miró de reojo, todavía apoyado en su hombro, y el rubio le devolvió la mirada. Alzó las cejas, preguntando a Blas con la mirada. El chico recordó la conversación que tuvieron la noche anterior.

Podía confiar en él.

-Te queda pequeño de culo.-dijo Blas.

Carlos en seguida se giró y se llevó una mano al trasero. Dio la espalda por completo al espejo y encogió las rodillas. Se puso a dar saltitos extraños y, finalmente, asintió con la cabeza.

-Tienes razón. Gracias por mirarme el culo y darte cuenta.

Carlos se sobó el trasero con las manos y miró a Blas con una sonrisa. El castaño rodó los ojos y se retiró el pelo hacia atrás. Estiró el cuello y sacudió la cabeza antes de encaminarse hacia la puerta de su habitación para salir.

Carlos se aseguró de que todo se quedaba perfectamente recogido. Se cargó su mochila al hombro y siguió a Blas por el pasillo.

-¿Vas a escaparte de casa en plan quinceañero rebelde para que no te pille tu madre?- preguntó Carlos, soltando una risa.

-No tienes remedio.- bufó Blas, entrando a la cocina a por la botella de agua y algo de desayunar. Se acercó al frutero.- ¿Quieres algo?

-Galletas. ¿Tienes galletas?

Blas cogió una manzana y le dio un bocado dirigiéndose a la despensa de las galletas y derivados. Carlos se puso de puntillas para buscar qué coger y los ojos de Blas pasaron unos segundos inconscientes por el abultado trasero del rubio.

Se dio la vuelta antes de repetir otra escenita como la del hielo. Rellenó una botella de agua y siguió comiendo de su manzana.

-Oh, Dios mío. Tienes oreo. Eres el mejor.-dijo Carlos, cogiendo un paquete entero de galletas oreo.

-¿Tú no eras el vegetariano que se está planteando ponerse en forma?- preguntó Blas, rodando los ojos.- Que te comas un paquete entero de galletas de chocolate no ayuda.

Carlos aireó las galletas con una mano mientras se acercaba a Blas.

-Mi culo tiene que mantener su consistencia con algo.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora