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–¿Por qué últimamente, siempre que llego a casa parece que he cometido un delito?–preguntó Blas al llegar al salón de su casa, donde su tío y su madre estaban sentados en el sofá hablando muy serios.

Y su cara empeoró cuando vieron llegar a Blas.

Digo que su cara empeoró de que pasó de seria a todavía más seria, no de fealdad y eso. El Narrador va a ser subjetivo en ese tema. Hay gustos para todo.

Ninguno de los dos respondió. Eloy simplemente se llevó una mano a la frente para apoyar la cabeza sobre ella, y su madre cruzó sus manos encima de sus rodillas. Se hizo un silencio bastante incómodo para Blas, que les miró a uno y a otro sin llegar a entender nada. Fue en ese momento cuando escuchó ruidos en la cocina y frunció el ceño, al notar que toda la familia posible estaba en el salón, por lo que no había motivo para que nadie trasteara en la cocina.

–Tenemos visita.–dijo cortante su tío.

En realidad, eso le tranquilizó bastante, porque así se quitó de encima la idea de que fuera algún ente maligno que iba a traer cuchillos voladores por haber sido un mal amigo con Álvaro y, prácticamente, haberle mandado a la mierda.

Blas jamás se perdonaría el que había dicho "puta" en voz alta por su culpa.

–Vale, pero, ¿qué hay de comer?–preguntó Blas, quitándole importancia a las visitas. –Es que al final no he comido con Arly.

–Blas...

Su tío alzó la cabeza al reconocer la voz a espaldas de Blas, y al chico se le congelaron absolutamente todas las terminaciones nerviosas del cuerpo. Sintió un escalofrío desagradable en la nuca y cerró los ojos queriendo que en ese momento le tragase la tierra para no soltarlo en unos años.

Se armó de valor para darse la vuelta y sonrió con fuerza al ver la estampa que le esperaba a su espalda. De pronto entendió las caras largas de su tío y de su madre, y se mentalizó por la bronca masiva que le iba a caer después.

Mónica, con cara de pánico, al lado de su enorme padre con cara de asesino en serie. Miraron a Blas de formas completamente opuestas, la primera con un tanto de pena, por la que le iba a caer, y el segundo con ganas de llevar a cabo su oficio asesinándole lentamente.

–Blas, te juro que no he dicho ni una palabra de...–comenzó a decir Mónica, pero su padre en seguida la cortó chasqueando los dedos delante de sus narices.

–Tú no tienes que justificarte.– dijo él, y volvió a centrar su vista en Blas.–¿No tienes nada que decir?

Blas parpadeó un par de veces intentando buscar una respuesta sin tartamudear al hablar.

–¿Quiere quedarse a comer? No sé si hay algo preparado, pero si me dais media hora, os cocino algo y...

–Blas, por favor, no lo estropeés más.–dijo Eloy levantándose del sofá y acercándose a su sobrino. –¿Qué pasa contigo? ¿Qué te pasa últimamente? No hago más que recibir quejas y críticas de la mayoría de los padres de los niños del coro, ¿y ahora me llegan a decir que has roto tu relación con Mónica?

–Ya os he dicho que fue algo mutuo.–intervino Mónica, intetnando hacerse oír. Y o bien todos la ignoraron, o en realidad no la escuchó nadie.

–No me pasa nada.–dijo Blas, encogiéndose de hombros.

–Entonces todo ha sido un malentendido, ¿no?–preguntó su madre, levantándose del sofá de la misma forma.–Y Mónica y tú podéis retomarlo. Seguro que solo ha sido una pequeña pelea de pareja, es normal.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora