045

882 74 69
                                    

Carlos abrió la puerta intentando no soltar todas las cajas que llevaba entre los brazos. Le dio un culazo para poder abrirla del todo y se adentró, dejando que diera un portazo detrás de él. Las dejó en el suelo sin demasiado cuidado y se quitó el sudor de la frente con la manga de la sudadera. Entre él y Arlette ya habían conseguido subir la mayor parte de los adornos para Navidad del trastero, aunque la chica seguía abajo recogiendo cosas.

Miró las cajas que tenía a sus pies y soltó un suspiro de pereza solo por ver todo el trabajo que le quedaba por hacer. Rogó porque Arlette no tardase mucho en subir para ayudarle.

Se sentó en el suelo y empezó a sacar las partes del árbol de Navidad para montar. Miró con el ceño fruncido las ramas mientras las iba sacando, intentando buscar el tronco para clavarlas. Encontró el pie del árbol y usó todo su ingenio para montarlo sin necesidad de instrucciones.

Solo se pilló los dedos un par de veces, un logro bastante grande para el rubio.

Empezó a colocar el tronco del árbol cuando sonó la cerradura de la puerta de casa. Carlos suspiró, pensando que era Arlette, sintiendo que se quitaba un peso de encima y no tendría que trabajar mucho más. Se levantó y se sacudió los pantalones.

Cuando se giró con la intención de encontrarse la cara de Arlette, en su lugar vio a Blas con el ceño fruncido viendo el panorama del salón.

Carlos esbozó una enorme sonrisa y cogió una guirnalda de la caja de adornos. Se acercó dando un salto hacia Blas y le rodeó el cuello con la guirnalda, tirando de ella para acercar el chico.

-¿Pero no habías dicho que no ibas a venir?- preguntó Carlos, inclinándose para darle un beso.

Entonces se percató de que el castaño llevaba a Onza, porque se puso a dos patas sobre el cuerpo de Carlos intentando lamerle la cara. Blas hizo un amago de sonrisa.

-Ya, es que... Pensaba que no íbais a estar ocupados.- dijo Blas, tragando saliva.- ¿Dónde está Arlette?

-En el trastero, cogiendo la segunda parte del árbol.- sonrió Carlos, pasando la guirnalda por el cuello de Blas, a modo de bufanda.

Blas agachó la mirada y dio un paso hacia atrás.

-Déjame desatar a Onza.- murmuró, librándose del agarre de Carlos y acercándose a la perra.

Fue en ese momento cuando las alarmas de Carlos saltaron, diciendo peligro, a este le pasa algo.

-¿Estás bien?- preguntó el rubio, acercándose el paso que había alejado Blas.

El castaño se enroscó la correa de la perra en la muñeca y se encogió de hombros, sin llegar a fijar sus ojos sobre los del rubio.

-Sí, es que...- dijo en un hilo de voz.- No soy un gran fanático de la Navidad.

-¿Cómo que no?- cuestionó Carlos.- ¡Es la mejor época del año!

Blas apretó los labios para evitar contestar. Se conformó con asentir con la cabeza y darle la razón como a los tontos.

Se quitó la guirnalda del cuello y se fue hacia el sofá. Se restregó los ojos con el dorso de la mano y sacudió la cabeza, mentalizándose para no ponerse a llorar, con el único pensamiento de que quizá esa Navidad no sería tan horrorosa, porque Carlos estaría con él.

Se acurrucó entre los cojines y se percató de que no se había quitado todavía el abrigo, pero tampoco le importaba. Onza se subió a su lado en el sofá y apoyó su perruna cabeza sobre el muslo de Blas. El chico se dedicó a acariciarla mientras buscaba algo en la tele que no tuviera que ver con la Navidad ni con lo bonita que era. No le apetecía ni ver Netflix.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora