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–¿Debería preocuparme por Arly?– preguntó Blas, arrastrando los pies con la mirada gacha, guiándose únicamente por la línea que formaba la unión de las baldosas del suelo.– No la veo desde el partido.

–Ayer pasó por casa y se volvió a ir.–respondió Carlos a su lado, encogiéndose de hombros.– Se estará follando a Álvaro de lo lindo.

–¿Podrías dejar de hablar así?– pidió Blas, ladeando la cabeza hacia el rubio.– Es bastante desagradable.

–Nenaza.– Carlos rodó los ojos.– Follar. Follar. Follar. Follar fuera del matrimonio.

Siguió diciendo la palabra con todos los complementos posibles para que sonase más duro y peor para Blas. El castaño le pegó un empujón con el hombro para que se callase. Cosa que solo incentivó más a Carlos.

–Follar. Embarazo no deseado. Aborto. Pecado. Seguir follando. Juguetes sexuales. Lubricante. Enfermedades de transmisión sexual. Sexo sin condón. Follar.

–Eres asqueroso.– resopló Blas.

–Oye, piensa en lo del embarazo no deseado. Al ser gay, no tienes que preocuparte por eso.–Carlos sonrió e hizo un cambio de paso militar con los pies.

Blas apretó los labios y pensó en que tendría que organizarle el funeral él mismo si le mataba.

–Solo que yo no soy eso. Así que entra dentro de mis preocupaciones.

–Ya, claro.– Carlos suspiró con diversión.– Pues entonces espero que en tus calentones con mi culo, utilizaras condón con Mónica.

–¿Quieres dejar ya el tema?

–No.

–Te odio.

–¿Entonces por qué me has pedido que te acompañase a despedirte de tu ex? Creía que querías marcar territorio.

–Te lo he pedido a ti porque Arly está desaparecida, básicamente.

–Jo. Y yo que me había puesto los pitillos ajustados a posta, joder.

Carlos estiró un poco la tela del pantalón para dejarla rebotar con fuerza contra su piel. Miró a Blas con las cejas alzadas como para demostrar lo justos que le iban. Blas tragó saliva y sacó el móvil para mirar la hora.

–Vamos tarde. Se va a ir y no la voy a poder ver por tu culpa.

–¿Dónde hemos quedado?

–Donde las tortugas.

Y podrían perfectamente haber aparcado el coche en la entrada principal de la estación de Atocha, pero habían encontrado el párking secundario justo en la punta opuesta, por lo que llevaban quince minutos caminando intentando llegar a la zona de punto de encuentro junto al estanque de tortugas.

–¿Es verdad que Arlette una vez de pequeña dejó en el estanque a su tortuga porque se había hecho demasiado grande?– preguntó Carlos.

Blas sonrió con una mueca nostálgica.

–Sí, vine con ella. Tendríamos ocho años, estábamos con...–Blas paró un momento y cerró los ojos mientras cogía aire.– Con mi padre. La tortuga se llamaba Contador, porque el padre de Arly la chantajeó con dejarla tener al animal a cambio de que le llamase como el ciclista.

Carlos tuvo ganas de abrazarlo ante la mueca que puso Blas cuando hablaba de su padre. Siempre le desviaba lo más rápido posible de las conversaciones en las que aparecía.

–Y vinimos aquí porque nos daba pena dejarla sola en el laguito el parque.– Blas levantó la cabeza para comenzar a buscar con la mirada el estanque, aunque todavía les faltaba un poco para llegar.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora