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–Dentro de tres días es el cumpleaños de Blas.–dijo Marta, cruzándose de piernas y frunciendo el ceño.

–Tendríamos que haber empezado a pensar en algo antes.– bufó Alex.–No podemos preparar nada decente en solo tres días.

–Pero dentro de ocho es Halloween.–continuó Marta, torciendo una sonrisa maquiavélica.

Miró a sus amigos sentada en el muro del parque de su urbanización, alzando una ceja, esperando a que captaran su idea.

–¿Y nos has hecho venir hasta aquí para recitarnos el calendario?–preguntó Javi cruzándose de brazos.

–¿No lo ves?– preguntó Marta.– ¿No lo veis?

Todos los alumnos del coro se miraron entre sí intentando descifrar la compleja mente de la chica. Marta rodó los ojos y se inclinó para poder mirarles mejor.

–Ignoremos su cumpleaños, fusionemos las fiestas.

Paula alzó una ceja, comenzando a entender a dónde quería llegar. Lucía apretó los labios e infló los mofletes, un tanto incomoda entre tanta gente pensando en planes malvados que llevar a cabo.

–¿Y no podemos llevarle un bizcocho y ya, como cualquier alumno normal a su profesor?– preguntó esta, mirando en derredor.

–Eres una blanda.– dijo Alex, negando con la cabeza.

–Tenla piedad, que como ahora le gusta Blas, hace todo lo posible para proteger a su príncipe.– dijo Angy, soltando una risa divertida.

–No me gusta Blas.– protestó Lucía, negando con la cabeza con velocidad.

–Te has puesto roja.– dijo Javi.

–Es rubor natural.– se defendió ella.

–Bueno, tenemos ocho para preparar algo para Halloween y humillar al novio de Lucía de una forma épica.– dijo Marta, soltando un suspiro.

–Que no es...

–¿Propuestas?– preguntó Marta, antes de que la otra chica pudiera seguir hablando.

–Podríamos meterle en una maleta y enviarle a Australia.– propuso Adrián, encogiéndose de hombros.– O venderle a la mafia.

A nadie le pareció una mala idea.

–¿Conoces a algún mafioso?–preguntó Alex.

Adri agitó una mano en el aire, como restándole importancia.

–Se busca en internet.

–Quizá es demasiado cruel.–dijo Lucía.– Podrían matarlo y cortarlo en cachos para vender sus extremidades a restaurantes chinos.

Todos pusieron una mueca de asco al imaginarse un brazo de Blas en sus platos de comida.

Marta alzó la vista de su grupo para atisbar el resto de la zona común de la urbanización. Los demás siguieron hablando, pero no les prestó demasiada importancia. Ella sabía que tenían que hacer algo grande, algo que fuera la gota que colmase el vaso en cuanto a joderle la vida a un profesor. No tenía el más mínimo síntoma de remordimiento ante ello, si los demás se estaban empezando a ablandar porque Blas quería ir de buen profesor llevándoles canciones y mierdas, ella no iba a caer en su trampa. Tenía que pensar, que razonar algo lógico.

Entonces vio a su hermana sentada en un banco varios metros más allá, con los cascos puestos y un ordenador portátil en las rodillas. A Marta se le encendió una pequeña bombilla en la cabeza, y se bajó del muro donde estaba sentada. Todos los demás miraron sin entender del todo bien a dónde se dirigía. Paula fue la primera en acelerar el paso para ponerse a su altura.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora