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Celia miró a Carlos y luego de nuevo a Blas. Alzó las cejas, y preguntó con su mirada. Blas en seguida negó con la cabeza repetidas veces, comenzando a sudar por la frente.

–A ver si va a ser verdad que el mundo es un pañuelo.– dijo Celia divertida, dándole un puñetazo cariñoso a Blas en el hombro.

–Ya...– dijo este, petrificado.

–¿Os conocéis?– preguntó Arlette.

–Cómo no, conseguí emborracharlo en la iniciación, fue muy divertido.– sonrió Celia, encogiéndose de hombros.

–Hostia puta, ¿tú eres...?– Carlos dejó la pregunta en el aire.

–Sí. Y tú eres quien yo creo, ¿verdad?– preguntó Celia, alzando una ceja.

–No. Nadie es nadie. ¿Vale?–dijo Blas, alzando los brazos en el aire. Luego señaló a la niña al lado de Celia– ¿Y esta qué hace aquí?

–Me están entrando ganas de vomitar.– dijo la hermana de Celia, fingiendo arcadas mientras miraba a Blas.

–¿Quién es?– preguntó Arlette.

–Es Marta. Una de las Marujas del Coro.– suspiró Blas, llevándose una mano a la cabeza.

–¿Las qué del coro?– preguntó Marta ofendida.

–No me puedo creer que por fin te tenga delante.– dijo Celia, todavía con la mirada clavada en Carlos.

–¿Me estás ignorando? No pienso quedarme con ese ser abominable de la existencia humana.– dijo Marta, sacudiendo a su hermana por la muñeca.

–¿Eres su profe del coro?– preguntó Celia, sorprendida.– Joder, que yo ayudé en la misión de depilarte la cabeza. Ahora me siento mal.

–¿Celia, verdad?– dijo Carlos.– Oye, que te tengo que dar las gracias por lo de la iniciación. Eres mi nueva ídola.

Blas le pegó un codazo en el costado al rubio, y este intentó disimular el dolor mordiéndose la lengua.

–Me quiero ir de aquí.– suplicó Marta.

–Y yo quiero que se vaya.– apoyó Blas. Luego frunció el ceño y miró a la niña.– Espera, ¿esta es tu famosa hermana que te enseña lo que es la resaca?

–¿Tú por qué vas contando las cosas que yo te enseño?– le regañó Celia.

–Espera un momento.– dijo Marta, echando la cabeza hacia atrás.– ¿Fuisteis los dos a la misma fiesta?– señaló a su hermana y luego a Blas. Ellos se miraron entre sí y asintieron con la cabeza.

–Pues yo hoy ceno pizza.– dijo Arlette, intentando intervenir en la conversación, pero sin gran éxito en su misión.

–Arly, cariño, vete a lanzar unos tiros libres, anda.– dijo Blas, mirando con ternura a su amiga.– Tengo que maldecir un poco mi vida.

Arlette parpadeó sin entender qué mierda estaba pasando y acabó por rodar los ojos e irse, dejando a Blas con su drama personal. Porque no solo era que Celia, su desconocida, era la hermana de una de las personas que más odiaba en el mundo, sino que era posible que Celia le hubiera contado a la pequeña lo que vio aquella noche, o que Marta le contase a su hermana lo que Blas la había dicho en la iglesia, que se lió con una chica. Y luego estaba Carlos de por medio, que parecía querer lanzarse a los brazos de Celia y darla las gracias por haber llegado al mundo tan bien parida.

–Bueno, me alegro de conocerte por fin. Me han hablado mucho de ti.– sonrió Celia con diversión.

Carlos se cruzó de brazos y miró a Blas de reojo, con las cejas encaradas y una sonrisa lasciva torcida en los labios.

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora