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Blas se quedó después de despertarse prácticamente una hora tumbado en la cama, mirando al techo con la mirada perdida y sin ningún tipo de ganas de moverse. Tampoco quería dormir, porque seguramente empezaría a soñar, pero estar en ese trance no era lo mejor para él, porque no paraba de darle vueltas a la cabeza.

Había apagado el teléfono móvil y cualquier medio que le permitiese comunicarse con el exterior. Era el único día en el año en el que no tenía ni ganas ni intención de usar su teléfono, ni de ponerse música, ni nada.

Seguramente su madre se habría levantado hacía ya un rato, si es que había llegado a poder dormir aquella noche. Y Blas deseaba que ella llegase a su cuarto y le diera las fuerzas que necesitaba para ponerse en pie, pero sabía que no iba a ser así. Y más con la tensión que había entre ellos últimamente. Blas tenía ganas de golpearse la cabeza, porque, ¿qué tendrían que ver sus peleas conque fuera a ver a su hijo y a intentar animarlo?

Escuchó el timbre de la puerta de la calle sonar. Movió los ojos en dirección a la puerta de su cuarto, como si pudiera ver quién había llamado sin moverse de ahí. Sintió que se le cortaba la respiración unos segundos cuando escuchó pasos encaminarse hacia su habitación. El corazón le comenzó a latir muy deprisa y la pequeña esperanza de que fuera Carlos el que había llamado le hizo incorporarse en la cama.

Pero se le calló el mundo encima cuando en su lugar vio a su madre abrir la puerta, sin pasar. Se apoyó en el marco de la puerta y dijo con la voz apagada:

-Es Lydia, la vecina. Me ha dicho que si puedes ir.

Dicho eso, la mujer se dio la vuelta como si jamás hubiera hablado con él.

Blas se sentó en la cama y se restregó los ojos. Respiró hondo varias veces mentalizándose de que podría afrontar ese día, y con bastante esfuerzo consiguió levantarse de la cama y encimarse hacia la puerta de la calle, donde vio a su vecina mirarle con una sonrisa sincera desde debajo del marco.

-Buenos días.- dijo Blas, intentando sonar lo más entusiasta posible.

-¡Feliz Navidad, Blas!- dijo la mujer. Blas apretó los labios y asintió con la cabeza.- En realidad no venía solo a felicitaros, quería darte esto.

La mujer le tendió una caja pequeñita, envuelta con papel de regalo de Peppa Pig. Blas frunció el ceño girando la caja entre sus manos. Su vecina soltó una pequeña carcajada ante su expresión.

-¡No es mío!- dijo, para que Blas quitase esa cara de susto.- Hace unos días vino un amigo tuyo a pedirme por favor que te diera esto en Navidad, que se tenía que ir de viaje.

-¿Un amigo mío?- cuestionó el castaño, agitando la cajita cerca de su oreja.

-Sí, un tal Carlos. Que se sentía mal por no poder pasar la Navidad aquí y no quería que te quedases sin su regalo.- la mujer sonrió al ver el cambio en la expresión de Blas.- Qué buenos amigos tienes, ¿eh? No te podrás quejar.

-No es exactamente mi amigo pero...- Blas se mordió el labio inferior.- Sí. Tengo mucha suerte de tenerlo.

-Pues disfruta mucho, Blas. Felices fiestas.

-Muchas gracias por el favor, Lydia. Ahora le llamaré.- dijo Blas, y se preparó mentalmente para hablar sin romper a llorar.- Feliz Navidad.

En cuanto ella se fue, Blas se dejó arrastrar hasta el sofá y subió las piernas mientras miraba el regalo. No sabía si era peor que Carlos sabía que no le gustaba recibir regalos por Navidad, o el hecho de que lo hubiera envuelto en papel de regalo infantil. Tenía bastantes ganas de llorar, a decir verdad, y no se sentía capaz de abrirlo. Llevaba diez años sin abrir un solo regalo por Navidad, ¿por qué debería empezar ahora? ¿No sería una falta de respeto? Quizá pudiera guardarlo hasta mañana y decirle que lo había abierto nada más dárselo Lydia...

Que Dios nos pille confesadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora