Arlette le tiró el balón de baloncesto a Blas con intención de darle. Este frunció una mueca asustado cuando vio que le pasaba rozando el pelo de la cabeza. Alzó los brazos y le preguntó indignado con la mirada a Arly. Esta se encogió de hombros con una sonrisa y fue corriendo a recuperar el balón.
–¿Blas, sigues ahí?– preguntó el teléfono móvil que tenía en la mano.
Vale, técnicamente el móvil no hablaba. Era la llamada entrante que Arlette había interrumpido.
–Sí, tío, lo siento. Es que Arly es muy graciosa.– dijo el castaño, mirando mal a su amiga mientras dirigía de nuevo el teléfono a su oreja.
–No estoy para tonterías, Blas. No puedes tratar así a tus alumnos. ¿Acaso algún profesor tuyo te ha echado alguna vez de una clase?– le replicó su tío. Blas soltó un suspiro de frustración y se frotó la frente con los dedos.
Sí, por fin le conocéis. Eloy, el tío cura de Blas, le había llamado en cuanto Paula se chivó a su madre de que el profe malo del coro las había mandado fuera de clase por portarse mal. Y obviamente, Blas nunca iba a tener razón frente a la palabra de su tío.
–No voy a consentir que unas niñas se pasen de listas conmigo, eso es todo.– dijo Blas, con la voz firme.
–Quizá es que deberías hacer más amenas las clases, y sonreír. Porque parece que vas deprimido.
–Quizá estoy así porque no quiero y nunca he querido hacer esto.– bufó Blas, dándole una patada a una piedrecita del suelo.
Mientras tanto a su espalda, Arlette enseñaba por cuarta vez a Carlos cómo lanzar un buen tiro libre sin caerse en el intento.
–Sí que quieres, es solo que todavía no sabes apreciar el bien que estás haciendo y no te enorgulleces de ello.–dijo Eloy, Blas abrió los ojos de sobremanera y le dieron ganas de reírse en voz alta. Solo lo hizo para sí mismo.
–Mira, tío, búscate a otro profesor. No quiero seguir.– dijo con tono cansado, buscando con la mirada la piedra que había pateado.
–No voy a buscar a ninguna otra persona porque tú vas a seguir. Y va a acabar gustándote.–afirmó Eloy ignorando la desgracia de su sobrino. Blas rodó los ojos y se rindió en su búsqueda de la piedrecita.– Tengo que hacer cosas más importantes que quejarme. Te cuelgo, ya hablaremos más detenidamente sobre esto.
Blas colgó el teléfono en cuanto vio el cielo abierto y le dieron ganas de tirarse del pelo y gritar hasta que se le secasen los pulmones mientras lamentaba lo triste que era su vida.
Se encaminó hacia sus amigos cabizbajo sin ver que Carlos acababa de marcar canasta y abrazaba a Arlette celebrando su espectacular logro. La chica se quedó estática con los ojos en blanco, harta de que siempre que encestaba, hacía eso. Vio a Blas acercarse hacia ellos y empujó a Carlos sin mucho cuidado aprovechando su llegada.
Carlos la puso la zancadilla y Arlette tropezó con su pie. El rubio sonrió orgulloso de lo cerca que había estado de caerse gracias a su hazaña. Entonces la chica se enderezó y dio una enorme zancada para ir a por Carlos. Este comenzó a correr con Arlette pegado a su espalda. Y como ella era el triple de rápida que él, se subió a su espalda y le empezó a sacudir el pelo.
Carlos odiaba que le tocaran el pelo.
–¡Vale, vale, tú ganas!– gritó Carlos, intentando que Arlette se bajase de su espalda.
–¡Cobarde!– gritó ella.
Y Blas, sabiendo que eso iba para largo, cogió el balón del suelo y se situó en la línea de tiro libre. Botó la pelota un par de veces antes de pegar el impulso y lanzar con el efecto que su amiga le había enseñado hacía ya años.
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Que Dios nos pille confesados
FanfictionEstá bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura h...