Blas se estaba quedando dormido en el respaldo del sofá con un puñado de palomitas en la mano que nunca había llegado a comerse. Intentó concentrarse en la serie, pero sus ojos se cerraban por acto reflejo sin dejarle actuar de cualquier otra manera.
Se acurrucó con las piernas subidas en el sofá y la cabeza escondida entre un par de cojines demasiado cómodos como para que no le dieran ganas de dormirse ahí mismo.
–Blas, te vas a perder lo mejor.–dijo Carlos, zarandeándole por una pierna. Blas puso la mano encima de la del rubio para que parase.
–Tengo sueño, déjame.–balbuceó, dándose por vencido y cerrando los ojos.
Carlos tragó saliva un tanto incómodo y con el corazón en la garganta intentando zafarse de la mano de Blas encima de la suya. Le miró de reojo mientras se acomodaba para dormirse y una sensación de ternura inmensa inundó el pecho del rubio. Apartó la mano de un tirón e intentó centrarse de nuevo en la serie.
Blas solo cerró los ojos, pero seguía perfectamente despierto, pensando en, como todo el día, decirle a su madre que quería dejar el coro.
Iba a ser demasiado para ella y probablemente se lo impediría. Era consciente de ello, pero se sentía incapaz de volver otro domingo más a soportar una banda de niñatos repelentes que no se merecían su tiempo.
Notó que Carlos se levantaba del sofá y entreabrió un ojo para verle recoger el bol antes lleno de palomitas y dirigirse a la cocina. Volvió a cerrar los ojos con fuerza preguntándose cuánto tiempo tardaría Arlette en volver.
Carlos prácticamente tiró el bol al fregadero y apoyó los codos en la encimera cogiéndose la cabeza con las manos, tirándose del pelo para evitar gritar de frustración. De la frustración que le producía el mirar a su mejor amigo y solo tener ganas de pegarle el morreo de su vida.
Negó con la cabeza maldiciendo no haberse tirado a aquel profesor en Dublín.
Y el no haberse ido con Ar para alegrarse la vista.
Pero Blas estaba tan sumamente mono mientras dormía...
Frunció el ceño y le dieron ganas de coger una sartén y pegarse con fuerza en la cabeza con ella.
Carlos y sus sartenes.
Cartén.
Narrador shippea a Cartén.
Abrió el grifo de la cocina y dejó correr el agua hasta que comenzó a salir lo suficientemente fría como para intentar calmar los calores que estaba sufriendo. Fue a abrir la despensa de los vasos.
Pero o bien tiró con mucha fuerza, o bien el mueble estaba hecho mierda, porque al abrir la puertecita se le quedó el pomo en la mano y se desprendió de su mueble con un crujido ensordecedor y una fuerza para él desconocida de su persona que le impulsó hacia atrás y acabó clavándose el pico de la mesa de la cocina en la parte baja de la espalda. Soltó un grito de dolor y soltó la puerta rota con asco para llevarse las manos al golpe. Le pegó una patada a la puerta para romperla todavía más.
Blas pegó un salto en el sofá por el estruendo y abrió los ojos de golpe. Bostezó y se levantó para ir a ver el desastre.
Se encontró a Carlos intentando mirarse la espalda y la puerta de la despensa partida por la mitad en el suelo. Frunció el ceño.
–¿Qué acaba de pasar?– preguntó Blas, rascándose la nuca.
Carlos dio una vuelta de campana para mirar a su amigo. Se encogió de hombros y torció una mueca de miedo.

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Que Dios nos pille confesados
FanfictionEstá bien entrar en el coro de la iglesia cuando tienes doce años. Y vale, incluso está bien continuar en él con dieciséis. Con veinte, que te pongan de maestro de canto religioso es hasta aceptable. A no ser que tengas vigilándote a un cura h...