Capítulo 2

534 45 9
                                        


Somebody rip my heart out and leave me here to bleed.

Enero de 2016

Callie

Lo odiaba todo.

Esa certeza que hacía tiempo que se había aferrado a mí con garras y dientes de hierro se hacía incluso más tangible en los momentos en los que me encontraba en esa asfixiante habitación que olía excesivamente a lejía.

Esa habitación en la que todo era excesivamente blanco e impersonal.

Odiaba esas estúpidas paredes llenas de inútiles pósteres que intentaban animar a todos los que pasaban por esta sala, tratando de dar algo de traicionera esperanza a todos los enfermos que, día tras día y hora tras hora, se sentaban en esta camilla como si no fuesen más que meros objetos que analizar y estudiar.

"Si necesitas ayuda... pídela. No estás solo", rezaba uno de esos carteles, en el que aparecía una chica de más o menos mi edad (solo que, irónicamente, mucho más sana que yo) junto a una doctora de sonrisa excesivamente falsa.

¿Que pidieses ayuda? ¿Que no estabas solo?

Y una mierda.

Por propia experiencia, sabía perfectamente que ni el médico más dotado podría ser capaz de quemar, cauterizar y extinguir esos demonios internos que viven dentro de cada persona.

Como si un psicólogo al que realmente le importabas una mierda y un puñado de pastillas fuesen a ayudar. Já.

Ni de coña. No se lo creían ni ellos.

Cuando estabas tan jodido como yo nada ni nadie podían ayudarte.

Simplemente estabas tú solo en esa "aventura", con la única compañía de ese odio que te corroía por dentro y que te hacía ser una especie de león dispuesto a atacar a cualquiera que se atreviese a acercarse a ti.

Alentador, ¿verdad?

Solté un resoplido de escarnio y comencé a rascarme la nuca insistentemente, tratando (inútilmente) de aliviar el picor que me producía la bata de mierda que me obligaban a ponerme cada vez que tenía que visitar ese maldito hospital.

La pulsera de plástico color granate aún descansaba alrededor de mi huesuda muñeca, haciendo que el potente color destacase con fiereza contra mi pálida piel, como sangre fresca y caliente derramada sobre la nieve. Suspiré y comencé a rascar el plástico del brazalete con mi uña pintada de púrpura oscuro.

En fin, una pulsera más que añadir a mi colección.

Tenía miles de manías raras, pero creo que esta se llevaba la palma: Durante años había ido guardando en una vieja caja de metal todas las pulseras de plástico con las que me habían ido etiquetando cada una de las veces que había visitado este hospital para hacerme una prueba supuestamente "importante".

Ni si quiera sabía por qué lo hacía: Simplemente eran un desagradable recuerdo de mi agria existencia. No obstante, supongo que esas pulseras eran un vano intento de convencerme a mí misma de que no debía darme por vencida, y que debía seguir luchando día tras día.

Aunque lo cierto es que no era muy efectivo.

Balanceé mis piernas, que colgaban por el borde de la camilla, haciendo chocar mis tobillos al ritmo del tic tac del reloj que estaba colgado frente a mí y que me recordaba con su inexorable sonido que el tiempo no hacía más que discurrir.

Miré a mi alrededor y, de forma automática, mi rostro se frunció en una mueca de desagrado.

Odiaba esa maldita sala de consulta.

Warrior | l. t. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora