Capítulo 63

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1965

Cuando Victoria se despertó aquella mañana, no pensó que nada inesperado le ocurriese. De hecho, en las últimas semanas su vida se había vuelto una monotonía tal que llegó a pensar si volvería a haber un día en el que no hiciese otra cosa que lo mismo que llevaba haciendo desde que tenía quince años.

Desde entonces había tratado de escapar por todos los medios de aquella monotonía en la que Hollyville era capaz de atrapar a todos sus habitantes, hasta el punto de que ninguno se preguntaba si había algo más allá de aquella tediosa rutina en la que estaban sumergidos. Si eran capaces de aspirar a algo más, a algo más grande y mejor.

Tal y como lo había hecho siempre Victoria.

Y, cuando conoció a Alex y su vida pareció cambiar de forma tan radical, pensó que realmente por fin sería capaz de escapar de aquella rutina en la que temía quedar atrapada para siempre, y que él la ayudaría a conseguir la vida que siempre había deseado.

Pero entonces discutieron en aquella cafetería, no volvieron a hablar y la vida de Victoria, bajo la mirada triunfante del monstruo que era Hollyville, había vuelto al cauce normal, había vuelto al camino que seguían todos los habitantes del pueblo como ovejas de camino al matadero.

Por eso, cuando se despertó aquella mañana, Victoria no esperaba que nada fuese a cambiar su rutinaria y patética existencia.

Hasta que, al volver a casa de la librería, lo inesperado ocurrió.

Bajo aquel cielo plomizo que reflejaba a la perfección su estado de ánimo, Victoria caminaba por las estropeadas, ladeadas y rotas calles de su barrio (porque, claro, el alcalde había decidido dedicar los fondos públicos a otros menesteres, como por ejemplo seguir subvencionando las obras de mejora en los barrios de la colina, los barrios de la gente adinerada, por sugerencia de su mejor amigo, Ezra Matthews, el padre de John), con su empedrado destrozado, sus árboles sin hojas y sus casas homogéneas, tan pegadas unas a otras que parecían fundirse unas con otras hasta el punto de que era imposible diferenciar unas de otras. Hasta que parecía la misma casa. Victoria pensó que era la metáfora perfecta para describir la situación de los habitantes de Hollyville.

Y Victoria, sintiéndose como aquellas casas torcidas, caminaba con la vista bajada, contando sus pasos y entreteniéndose en esquivar los baches de la acera mal empedrada, con tres libros nuevos bajo el brazo que le había prestado el librero, y deseando llegar a su casa para poder escapar de la realidad por unas cuantas horas.

Hasta que llegó a su casa y descubrió que lo inesperado la estaba esperando sentado en los escalones del patio principal con una expresión de ansiedad y las manos entrelazadas con fuerza sobre las piernas dobladas.

Victoria soltó un respingo y el corazón se le detuvo cuando vio a Alex, su Alex, esperándola en la puerta de su casa. Cuando la vio, alzó el rostro y una vez más Victoria sintió ahogarse en aquellos ojos azules, no como se ahogaba en su vida rutinaria, cuando sentía que estaba atrapada y que, como en unas arenas movedizas, por mucho que lo intentaba no podía escapar. No. Cuando se ahogaba en los ojos de Alex, irónicamente sentía que por fin podía respirar. Que había estado mucho tiempo encerrada y que por fin la habían devuelto su libertad.

El viento de la tarde le revolvía el pelo dorado castaño alrededor de la frente y Victoria deseó con un dolor casi físico poder apartárselo con los dedos y besar todos y cada uno de los recovecos de su rostro, de abrazarle y rogarle que la sacase de aquel agujero en el que vivían, que se marchasen del pueblo y nunca, nunca mirasen atrás.

Pero lo único que hizo fue quedársele mirando, sin saber qué hacer o decir.

Así que dejó que fuese Alex el que hablase primero. Y cuando lo hizo, su voz se rompió y Victoria vio brillar el reflejo de las lágrimas en sus ojos.

Warrior | l. t. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora