Warrior | l. t. |

Capítulo 10

Enero de 2006

Louis apoyó los codos en las piernas y se tapó el rostro con las manos, sintiendo que el peso del mundo caía repentinamente sobre sus hombros y lo aplastaba como a una simple hormiga. Se había prometido a sí mismo que no iba a llorar, pero en ese momento, allí, en la playa de guijarros de su pueblo, cuando el peso de las últimas semanas se hizo tan cargante que sentía que su cuerpo no podría soportarlo más, se permitió romper aquella promesa que, para él, tenía tanto significado.

"No me gusta verte llorar" Había mascullado Anna, con su vocecita dulce y ronca "¿Por qué estás llorando?"

"Porque no quiero verte sufrir. Odio verte sufrir y saber que no hay nada que pueda hacer para arreglarlo" Había respondido él, sin saber si una niña de nueve años sería capaz de entender lo que realmente quería decir, capaz de comprender la impotencia que le atenazaba los huesos y se los rompía como simples ramitas.

Un sollozo pareció quebrar su cuerpo y se pasó las manos, que le temblaban tanto por el frío como por esa punzante angustia, por el pelo, sintiendo cómo el agujero de su pecho se hacía cada vez más grande. Se mordió el labio inferior hasta que sintió el sabor metálico de la sangre en la lengua y el dolor le ayudó a despejarse lo suficiente como para volver al momento presente, dejando que la neblina del pasado se disipase y se mezclase con la pesada bruma que flotaba sobre la superficie del mar.

Inspiró profundamente y finalmente se decidió a secarse las lágrimas de los ojos y a levantarse, pues temía que, si continuaba sentado en la orilla un minuto más, esa tristeza que le mordía el corazón terminase de devorarlo todo a su paso.

Se subió el cuello de la chaqueta, sintiendo como si la foto que guardaba en uno de los bolsillos estuviese quemándole el costado, y comenzó a subir la duna de guijarros con la cabeza agachada y el pelo ocultándole el rostro, sintiéndose fuera del mundo, inmune al paso del tiempo e invisible en aquella playa.

Hasta que escuchó una voz a su espalda:

-Oye, se te ha caído esto.

Louis alzó la mirada y se giró, solo para encontrar a un chico de más o menos su edad tras él, esbozando una tímida sonrisa y alzando en alto un papel doblado por la mitad; no, un papel no, era la foto que Louis siempre llevaba con él. ¿Cómo se le podía haber caído?

Cuando Louis se fijó más detenidamente en el chico de pelo castaño y ojos verdes, se percató de quién era: el chico que había visto en aquel funeral hacía unos dos meses.

-Gracias. – Dijo Louis, simplemente, de forma sombría, para después recuperar la foto rápidamente, su talismán y única razón por la que se sentía con fuerzas suficientes como para seguir viviendo día tras día.

-¿Nos conocemos? – Preguntó el chico repentinamente, frunciendo el ceño con suspicacia.

-No, no lo creo. – Respondió Louis con impaciencia y apatía, queriendo acabar la conversación cuanto antes.

El chico, cuyos ojos eran curiosos y alegres, se lo quedó mirando durante unos instantes con mirada pensativa. Entonces, esbozó una sonrisa de complacencia y chasqueó los dedos.

-¡Sí, ya sé de qué te conozco! – Exclamó, entusiasmado, solo para después adoptar una actitud un poco más seria y añadir: - Nos conocimos en el entierro... en noviembre.

A sabiendas de que ya no servía de nada seguir fingiendo, Louis soltó un suspiro apesadumbrado y dijo:

-Ah, sí.

En cuanto el otro joven se percató de la expresión de Louis, su rostro se ensombreció:

-Oye, ¿estás bien? No tienes buena cara. – Preguntó.