Capítulo 5

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[ Prometo que este es el último capítulo aburrido; a partir del siguiente, todo será mucho más interesante :) ]

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Callie

Atravesé el pasillo de nuestro acogedor apartamento hasta llegar a la tercera puerta a la izquierda, con una sensación de malestar en el pecho que parecía no querer abandonarme. Dicha puerta era la entrada a mi habitación, con su suelo de madera y paredes tan repletas de estanterías con libros y cd de música que apenas se veía nada de la pared original. Esa habitación cuadrada en la que todo parecía estar perfectamente bien organizado, cortesía de mi madre: la cama pegada a la pared de la derecha y, junto a ella, una mesilla de noche con un libro encima y cajones en los que guardaba mi medicina junto con el pack de jeringuillas desechables. De ningún modo iba a tener algo así a la vista de todo el mundo... aunque las únicas personas que entrasen en mi habitación fuesen mi hermana y mi madre.

Dejé la bandolera en el suelo, y en el momento en el que me quité la chaqueta de cuero mi madre apareció por la puerta en una exhalación, con su paso grácil y casi inaudible; siempre me había preguntado cómo conseguía caminar de tal forma que parecía estar pisando nubes.

Ahora que se encontraba de nuevo en casa, había cambiado su habitual atuendo de abogada de éxito por el de estar por casa: se había recogido su sedoso y brillante cabello rubio en una envidiable coleta deshecha, y se había cambiado la falda negra de tubo y la camisa blanca de algodón por unas mallas negras que estilizaban sus piernas y una camiseta de Minnie Mouse (era una gran fan de Disney y, sobre todo, de Mickey y Minnie Mouse).

No obstante, estaba tan perfecta como siempre.

-¿Dónde estabas, Callie? – Fue su forma de saludar, en un tono claramente recriminatorio. Frunció el ceño y se puso las manos sobre las caderas; aquella era la posición que siempre adoptaba cuando iba a echarnos una bronca a mí o a mi hermana, así que supe que era mejor que fuese preparándome para su charla. – Te he llamado como diez veces, ¿por qué no has respondido? ¿Eres consciente de lo preocupada que estaba y...?

En el momento en el que vi cómo el rubor característico de ira comenzaba a subir hasta sus altos pómulos tomé sus manos en las mías y dije, interrumpiendo sus acaloradas preguntas:

-Mamá, tranquila.

Incluso en los momentos en los que me cerraba más en mí misma y ese burbujeante odio parecía deslizarse rápidamente por mis venas, esos momentos en los que lo único que necesitaba era encerrarme en mi habitación y dejar que mi propio infierno personal se hiciese con todo el poder sobre mí, aún conseguía tener palabras tranquilizadoras para mi madre.

Supongo que con ella todo era distinto; ella era la única que, conscientemente o no, parecía tirar de mí hacia la superficie cuando más hundida me encontraba.

Puede que se debiese a que, en muchas ocasiones, sentía que yo tenía que cuidarla en vez de ella a mí; a pesar de ser una gran madre, a veces todo aquello le desbordaba: la enfermedad de su primogénita, una segunda hija adolescente que, aunque era una gran estudiante y una buena hija, en muchas ocasiones tenía sus momentos de quinceañera, además de un peso continuo en el pecho por ser una madre soltera que trataba de congeniar su exigente trabajo con educar y cuidar a sus hijas.

Todo eso añadido al hecho de que, aunque mi madre era una persona increíblemente optimista y que siempre parecía estar feliz, estaba claro que había algo que le faltaba; algo que se marcaba en las arrugas de sus ojos o que destilaba su mirada y expresión cuando creía que nadie la estaba mirando.

Algo que aún no había podido descubrir qué era, pues, por lo que recordaba, había estado ahí incluso antes de morir mi padre.

Solté las manos de mi madre en el momento en el que su respiración volvió a regularse y me senté en la cama, cruzando mis delgaduchas piernas sobre el colchón.

Warrior | l. t. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora