Capítulo 51

114 18 13
                                        

But I got smarter, I got harder in the nick of time.

2016

Al final, visitar a la psicóloga me hizo mucho más bien del que en un primer momento me había esperado. A pesar de las reticencias que había mostrado cuando tuve que acudir por primera vez, aquella tarde en la que por desgracia me encontré con él en el hospital supe que, al final, era para mejor.

En aquella última sesión, me mostré muchísimo más abierta de lo que lo había hecho nunca antes, y por primera vez estuve hablando yo mucho más que la doctora Clemmens, hasta el punto de que la hora se me pasó volando. Aunque había tratado de evitarlo, al final terminé llorando a moco tendido en su consulta y decidí contarle todo lo que me había ocurrido hacía dos semanas. La doctora me dejó llorar tranquila y pacientemente, y no dijo nada hasta que los sollozos se detuvieron y mis ojos dejaron de llorar. Me atreví a contarle todos mis miedos e inseguridades, e incluso el hecho de que, tras aquella noche en la que Louis me había roto el corazón, de nuevo mi diabetes parecía haber tomado un papel protagonista en mi vida, como si fuese el motor que me hacía vivir. Mientras había durado mi amistad con Louis, había ido percatándome de que, poco a poco, dejaba relegada mi diabetes a un papel cada vez más secundario, y que por fin, por fin, me estaba permitiendo a mí misma vivir de verdad, como debería haber hecho siempre. Sin embargo, en el momento en el que nuestra amistad se rompió, mi enfermedad volvió a acecharme como aquel monstruo al que siempre había tenido más miedo.

Le hablé del vacío que había sentido, de lo traicionada y dolida que me había sentido, de la forma en que a veces me despertaba por la noche y parecía que se me estaba rompiendo el corazón en miles de fragmentos. Me desahogué como nunca lo había hecho, y la doctora me escuchó, sin mostrar en ningún momento una actitud impaciente, sin juzgarme.

Al final, me pasó un nuevo pañuelo de papel y me ayudó a animarme, a sentir que, poco a poco, podría salir del pozo en el que me había sumido, pero que para hacerlo tendría que apoyarme en la gente que me importaba, es decir, mi familia. Me aconsejó que tratase de no volver a encerrarme a mí misma y que, siempre que sentía que lo necesitara, que acudiese a verla.

Así que traté de hacerle caso, y debo decir que, gracias a ello, la semana siguiente fue bastante más tranquila de lo que lo habían sido las dos anteriores: aunque aún me costaba bastante no retraerme en mí misma, sentía que poco a poco estaba recuperando, al menos, el apetito y el sueño por las noches. Volvía a sentirme con ganas de leer y, como mi muñeca estaba prácticamente curada y soldada, entrenar por mi cuenta en el bosque. Hasta deseaba pasar mucho más tiempo con mi madre y mi hermana. Incluso de vez en cuando me encontraba a mí misma sonriendo que, teniendo en cuenta cómo era yo, era todo un logro.

Y puede que porque precisamente estaba tratando de renacer como un ave fénix, cuando recibí una inesperada visita una semana después, traté de enmendar mis errores y tragarme aquel orgullo que, en muchas ocasiones de mi vida, me había hecho cometer más de un error.

Como de costumbre, aquel sábado me encontraba recostada en la cama vestida con un viejo chándal y con un libro entre las manos, dejando pasar la tarde y, como llevaba ya una semana tratando de hacer, intentando obligarme a mí misma a dejar la mente lo más en blanco posible. Otro de los consejos de la psicóloga había sido dedicar más tiempo a mí misma, a hacer aquello que realmente me llenaba y, sobre todo, estar entretenida.

Así que eso estaba haciendo... hasta que escuché un par de golpes en la puerta de mi habitación. Como en realidad no esperaba a nadie, simplemente mascullé un "adelante" y continué inmersa en el libro, suponiendo que serían mi madre o mi hermana.

Hasta que, de repente, escuché a mi espalda:

-Callie.

Me giré y abrí los ojos como platos al ver a mi primo recostado contra el marco de la puerta. Debo admitir, por muy culpable que ahora me haga sentir, que aquellas tres semanas había estado tan ensimismada en mi propia miseria que me había olvidado por completo de él, y de que no había dejado las cosas especialmente entre nosotros tras aquella noche, cuando fui tan brusca con él.

Warrior | l. t. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora