Capítulo 9

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1988.

No se podía creer que realmente estuviese a punto de hacer algo así.

Devi se pasó las manos por el rostro e inspiró profundamente, dando unos cuantos pasos a izquierda y derecha para tratar de tranquilizarse un poco. Un anciano con rostro cansado y ajado y marcadas arrugas pasó junto a ella paseando a un pequeño caniche blanco que daba saltitos sobre la acera con la lengua fuera, mirando de vez en cuando hacia atrás para comprobar que su dueño le seguía. Por suerte, el anciano no pareció percatarse de la presencia de la joven, que permanecía como un centinela ciertamente asustadizo junto a la casa de los Tomlinson, sin atreverse a romper la poca distancia que la separaba del garaje de la casa, desde el que se escuchaba el entrechocar de herramientas.

Vamos, no seas una maldita cobarde, Deborah. Se dijo a sí misma, abriendo y cerrando los puños repetidas veces a ambos costados, con la sensación de que iba a sufrir un paro cardíaco de un momento a otro.

No soy una cobarde. No soy una cobarde. No soy una cobarde. Repitió mentalmente, en una especie de mantra que esperaba que la ayudase a tranquilizarse, al menos mínimamente.

Pero claro, ¿cómo iba a relajarse cuando estaba a punto de hacer el que sería probablemente el mayor ridículo de su corta existencia?

Bueno, le he dado demasiadas vueltas como para echarme para atrás ahora. Si hago el ridículo, lo haré. Da igual. Si eso pasa, siempre puedo huir a la isla de Skye y no volver nunca más.

Asintió una vez para sí misma, se llenó el pecho de aire y, finalmente, con las piernas más temblorosas de lo que las había tenido nunca antes, fue hasta el garaje abierto de los Tomlinson, donde Jack, de espaldas a ella, estaba arreglando una moto, ensimismado en su tarea.

En cuanto Devi vio a Jack, su corazón dio el característico tirón con el que siempre parecía explotar dentro de su pecho cada vez que su vista se topaba con él, y todo su estómago se revolvió en un aleteo de mariposas que le dieron retortijones. Fue entonces cuando se sintió más insignificante que nunca y supo que iba a darse la vuelta y que huiría antes de que Jack se percatase de su presencia.

No puedo hacerlo. Dios, no puedo hacerlo, yo no...

No obstante, fue demasiado tarde, porque antes de que le diese tiempo a reaccionar Jack se giró y sus ojos azules la observaron como si fuese una aparición. Una bandana de color granate le cubría la frente para poder separársela de su cabello color avellana y vestía una sencilla camiseta blanca y vaqueros desteñidos, que a Devi le pareció que le quedaban que ni pintados en su metro noventa de estatura. Se percató de que aquella camiseta de manga corta dejaba ver la silueta de un par de tatuajes negros sobre el brazo derecho, pero desde su posición no podía ver qué representaban.

Una vez más, a Devi le pareció la persona más absolutamente perfecta y atractiva que había visto en su vida...

-Vanessa no está en casa. – La voz de Jack, serena, grave y lenta, la sacó de su ensimismamiento.

Casi dio un salto del susto ante lo inesperado de las palabras de Jack, que ahora había pasado a observarla con el ceño fruncido, probablemente, se imaginó Devi, pensando en lo absurdo de su presencia ahí en medio, quieta y casi encogida sobre sí misma como un ratoncillo asustado.

-¿Eh? – Dijo ella, tratando de salir del aturullamiento que le producía el pensar que, por primera vez en años, Jack le había dicho algo que no fuese un simple "Hola".

-Vanessa está en la biblioteca; no sé cuándo volverá. – Dijo él, con indiferencia y, por lo que le pareció a Devi, cierto tono impaciente; no obstante, con Jack nunca se podía saber qué estaba pensando o sintiendo, pues su rostro siempre permanecía impertérrito, como el de una estatua cincelada en mármol.

Warrior | l. t. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora