Warrior | l. t. |

Capítulo 58

I ain't no angel, I never was

But I never hurt you, it's not my fault

Yo see those egg shells, they're broken up

A million pieces, strung out across the ground

1965

Apenas terminó el primer cigarrillo y lo apagó contra una de las piedras de la playa, Victoria sacó su mechero de metal y la cajetilla y decidió fumar otro sin dejar de mirar el horizonte, aquel inmenso mar gris que parecía no tener fin, y que parecía fundirse con el cielo, del mismo color opaco y triste en ese día tan sombrío y apagado.

Victoria sentía como si hubiese sido ella misma la que hubiese provocado aquel clima, pues los últimos días se había sentido profundamente melancólica y hastiada, hasta el punto de que incluso le había sido imposible poder ocultar aquellos lúgubres sentimientos. Por lo general, nadie era capaz de ver más allá de la coraza que se había creado, más allá de aquella pose de soberbia indiferencia que había ido construyendo a lo largo de los años, pero aquella semana en particular no había podido hacer nada por encubrir a la verdadera Victoria.

Y lo odiaba.

Los primeros en darse cuenta habían sido sus padres. Su madre no había tardado en bombardearla a preguntas sobre su relación con John, angustiada con la simple idea de que dicha relación pudiese estar en peligro, y demostrando una vez más lo mucho que significaba para ella aquella farsa en la que estaba metida Victoria.

Aunque, claro, su madre creía que era real.

Su padre, por otro lado, simplemente había observado a Victoria por encima de las pestañas con una expresión de mudo reconocimiento. Aunque nunca había hablado con él de ello de forma explícita, su padre sabía lo irreal e inestable que era la relación de Victoria con John. De hecho, Victoria no se extrañaría para nada si supiese que ella, en realidad, estaba envuelta emocionalmente con otra persona. Incluso quién era esa persona.

El siguiente en darse cuenta había sido John, por supuesto. Se había acostumbrado demasiado a la buena disposición que había mostrado Victoria en el último mes y, sin molestarse siquiera en preguntarse por qué su actitud hacia él había cambiado tan repentinamente, se había dejado embargar por ello. Así que en cuanto el humor de Victoria había cambiado de una forma tan repentinamente, no le había costado mucho percatarse de que algo iba mal. Sin embargo, por mucho que le había preguntado a Victoria qué ocurría, cada vez más impaciente, ella le había quitado hierro al asunto, diciendo que no era nada de lo que tuviese que preocuparse.

Pero claro, aquello no era suficiente para John. Y con el paso de los días no había hecho más que enojarse cada vez más con Victoria, pues ella se sentía tan hastiada que no tenía ganas de seguir fingiendo que disfrutaba de su cercanía. Por ello, había puesto una considerable distancia física entre ambos. Y la verdad era que no sabía cuánto tiempo más podría seguir con ese juego antes de que John explotase. O que empezase a sospechar de que a Victoria le ocurría algo más.

No obstante, en ese preciso instante, mientras observaba melancólica el mar que se perdía en el horizonte, aquello no podía importarle menos. Porque solo podía pensar en Alex, en la última discusión que habían tenido en aquella cafetería y en el hecho de que no había vuelto a dar señales de vida durante aquella semana. Las verdaderas razones por las que se encontraba tan taciturna.

Victoria era consciente de que tal vez había sido un poco dura con Alex, pero simplemente lo había sido porque sabía que, cuando se trataba de John, no había que tomárselo a la ligera. Ella y Alex estaban jugando con fuego. Con cada quedada a escondidas, cada beso robado y rápido que habían compartido tras un árbol, en el baño del instituto o en el patio trasero de Alex estaban más cerca de que John o, en general cualquier otra persona, los descubriese. Y si alguien en el pueblo se enteraba de su relación, sería el fin para ellos. Porque entonces John se enteraría de una forma u otra y haría todo lo posible por separarlos.