Capítulo 42

130 19 2
                                    

Maybe we got lost in translation. Maybe I asked for too much. And maybe this thing was a masterpiece till you tore it all up.

1965

Aquella tarde, el cielo estaba nublado y, sin duda, auguraba tormenta. Las nubes oscuras, del color de las piedras de la playa cuando estaban mojadas, de un gris tan oscuro que casi parecía negro, habían levantado un leve viento que llegaba a ser lo suficientemente molesto como para que Victoria tuviese que estar continuamente apartándose sus mechones castaños del rostro. Se cerró más la rebeca que llevaba para cubrirse los hombros y trató de que las piernas no se le enroscasen con la tela del vestido mientras caminaba.

Aquella tarde la había pasado en el único lugar en el que sabía que nadie podría encontrarla jamás, y donde sabía que podría estar sola sin miedo a encontrarse a alguien conocido: la única librería del pueblo. Sus visitas a aquel lugar habían comenzado cuando acababa de cumplir trece años y comenzaba a formarse esa armadura protectora con la que se defendía del resto de personas. mientras caminaba del colegio a su casa, había reparado en el impoluto cristal del escaparate y en los libros que se escondían detrás. Y sin pensárselo dos veces, había entrado en la pequeña tienda construida prácticamente entera de madera, y cuando el librero, el señor Enys, la había visto, le había preguntado que si deseaba comprar algún libro. Obviamente, Victoria no tenía dinero para ello, pero cuando el librero vio la mirada ávida que le lanzaba a los libros, le había dado uno y le había dicho que podía leerlo en la trastienda.

Y lo que había comenzado como una situación fortuita se había convertido en una costumbre, y desde entonces, siempre que Victoria había tenido la oportunidad había ido a la librería para huir de su propia vida, donde sentía que podía ser realmente ella misma. Porque con el señor Enys no tenía que fingir, no tenía que continuar con sus barreras altas, y podía mostrarse como era realmente.

Y así había pasado los últimos cinco años, huyendo de sí misma y de su propia vida en la librería, escondida en la trastienda y sentada en la misma y vieja silla de madera leyendo a los clásicos que el señor Enys tanto adoraba: Desde, claro está, Shakespeare y las hermanas Brontë hasta Dickens, pasando por Mary Shelley, Defoe, Lord Byron, su querida Virginia Woolf y Keats, sin olvidar, claro está, a los autores americanos, que, aunque su orgullo inglés pudiese sentirse dolido, habían llegado a ser más importantes para ella que los propios ingleses: Hawthorne, Emerson, Dickinson, Fitzgerald, Ellison... y miles más que había leído, pues si tuviese que nombrarlos a todos, pensó con diversión mientras caminaba por el puerto, sería una lista infinita.

Sí, definitivamente la librería era su pequeño remanso de paz, el único lugar en el que se sentía realmente libre.

Y en ese momento, mientras volvía de ese mismo lugar, no podía evitar sentir que sus manos eran presas de una especie de hormigueo, de ese deseo de volver y encerrarse de nuevo en la trastienda, para así tener una excusa para poder huir una vez más de la realidad. De esa horrible realidad en la que a veces parecía que su vida se había convertido, pero que se había buscado ella misma.

Pero fue entonces cuando, sin darse cuenta, al llegar hasta el extremo más apartado del puerto, a donde prácticamente nadie iba nunca, una figura llamó su atención, sentada en la punta oeste de la playa, donde la orilla de piedras se cortaba por unas enormes rocas que daban fin a la playa.

Victoria se detuvo en seco y sintió que su corazón daba un inesperado vuelco dentro de su pecho al percatarse de que aquella persona que observaba el horizonte prácticamente tempestuoso era Alex Tomlinson.

Lo cierto era que aún no estaba segura de qué era lo que sentía por aquel muchacho, lo que, sin duda, la ponía de los nervios: Victoria se consideraba una persona que sabía tomar el control absoluto de su vida, y el saber que no podía controlar precisamente aquello, algo que desconocía y que tan nerviosa la ponía, la hacía sentir como si estuviese cayendo en un pozo negro sin fondo. Y lo odiaba.

Warrior | l. t. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora