Capítulo 24

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2016

Naya nunca sabía lo que podía encontrarse cada vez que iba a casa de su madre.

Nunca sabía el estado de ánimo con el que se encontraría su madre aquel día. Si, por suerte, Misty estaba en uno de sus buenos días, se mostraría casi hasta cariñosa con Naya, emocionada por que su hija hubiese encontrado un hueco para ir a visitarla.

No obstante, si, por el contrario, estaba en uno de sus malos días, se mostraría bastante poco receptiva y casi hasta esquiva. Tal vez Misty montaría alguna escena que terminaría con ella llorando y dando un portazo y Naya, acostumbrada a ello, simplemente pondría los ojos en blanco, recogería las botellas que seguramente su madre habría dejado tiradas en el suelo y se iría, como si nunca hubiese pasado por allí.

Cuando era una niña aquella situación había sido insoportable. Por lo general, Naya trataba de anular aquella parte de su vida siempre que podía, pero había momentos en los que sus recuerdos la acechaban de golpe, y no había nada que hacer para acabar con ellos.

En esos recuerdos Naya se veía a sí misma agazapada en un rincón mientras sus padres discutían a gritos, o su padre alzaba la mano en dirección a su madre, o Misty comenzaba a romper cosas sin razón alguna.

Sí, su niñez no había sido precisamente fácil, pero después de tanto tiempo, después de tanto sufrimiento y dolor, simplemente había aprendido a construirse una muralla contra todo aquello. Contra todos sus recuerdos y sus cicatrices.

Y por ello, apenas se inmutó mientras sacaba la llave de su bolso y abría la puerta de la casa de su madre, aún preguntándose si había sido buena idea ir a visitarla después de haber tenido un día tan duro en la peluquería.

-¡Mamá! ¡Soy yo, Naya! ¿Estás en casa? – Exclamó, una vez uno cerrado la puerta de entrada a su espalda, lo suficientemente alto como para que su madre la escuchase estuviera donde estuviese.

Sin embargo, Naya no recibió respuesta. Puede que Misty no estuviese en casa, o que estuviese durmiendo tras estar toda la noche fuera.

Fuera lo que fuese, no podía importarle menos a Naya.

Por ello, fue hasta el salón dispuesta a recoger el que seguro que era el desastre en el que vivía su madre en aquella vieja casa, aquella casa que había visto tantos momentos traumáticos.

No obstante, una vez llegó al salón, Naya se detuvo en seco en el umbral, momentáneamente sin palabras.

Porque su madre, sentada en el sofá, estaba hablando obviamente incómoda y recelosa, con un joven de pelo rubio que estaba de espaldas a Naya, sentado en el sofá contiguo al de su madre.

En cuanto Misty vio a su hija en el umbral del salón, se incorporó y, lanzándole a Naya una mirada de reproche, carraspeó, lo que hizo que el joven se diese la vuelta y, con una sonrisa, se incorporase a su vez.

En cuanto Naya le vio, dejó caer su bolso al suelo y exclamó, con el corazón latiéndole con fiereza:

-¡Tristan!

Y entonces fue prácticamente corriendo hasta donde se encontraba el joven y se lanzó a los brazos de su hermano mayor, abrazándole de una forma con la que parecía que quería aplastarle.

Tristan rió en su oído y abrazó a su hermana pequeña con fuerza, cerrando los ojos de forma placentera y dejándose llevar por la felicidad de volver a verla después de tanto tiempo.

-¿Cuándo has llegado? ¿Por qué no me has avisado de que venías tan pronto? – Exclamó Naya, emocionada, una vez deshecho el abrazo, mientras cubría las mejillas de Tristan con sus manos.

Warrior | l. t. |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora