Warrior | l. t. |

Capítulo 56

2016

En un momento dado Louis había perdido la consciencia, mientras Callie le abrazaba, esperando a que la ambulancia llegase, y no la recuperó hasta varias horas más tarde.

Sin embargo, durante esas horas en las que estuvo inconsciente, tuvo momentos de suficiente lucidez como para que su mente le jugase malas pasadas con recuerdos incoherentes que aparecían y desaparecían tan rápido que ni si quiera los recordaría cuando se despertase.

Pero había uno en concreto que, cuando despertó, aún parecía estar grabado a fuego en su mente: el de la noche en que se dio cuenta por primera vez de que estaba enamorado de Marion.

Fue una noche de abril, cuando, como prácticamente todos los sábados desde que se habían conocido, estaban en la Noche de Fogata. Durante aquellas fiestas, se dedicaban a beber hasta que al día siguiente no recordaban prácticamente nada de lo sucedido, a tomar alguna de las pastillas que Marion siempre llevaba encima, y a bailar hasta que el cansancio parecía habérseles metido en los huesos.

Sin embargo, aquella noche en concreto había sido distinta de las demás, porque fue la primera en la que Louis se atrevió a besar a Marion, y cuando se atrevió a admitir sus sentimientos por ella.

Desde que se habían conocido, y a pesar de la clara actitud defensiva que Louis había mantenido en un primer momento para con la muchacha, Marion se había convertido en lo único que le daba luz a la vida de Louis. Cada día de la semana era tan solo un día menos para volver a verla, y cada vez que pensaba en ella sentía cómo se le alegraba el humor y volvía a sentir que realmente merecía la pena vivir. Porque después de casi tres años tras el incidente, tras tres años sumido en una oscuridad total, Marion le había tendido una mano a ciegas y le había ayudado a comenzar a salir de ese pozo.

Lo que Louis no sabía era que Marion no había sido lo único que le había hecho cambiar de aquella forma... y aunque no quería admitirlo, y por mucho que su familia había tratado de hacerle abrir los ojos, aquellas noches de fiesta desenfrenada, el alcohol y las pastillas que Marion siempre tenía preparadas eran lo que le habían creado aquella ilusión de recuperación.

Aquella noche, Marion no podía dejar de reír, y por mucho que Louis le decía que ya habían bailado demasiado y que, por tanto, necesitaba un descanso, Marion seguía moviéndose sin extenuarse ni un solo segundo. Y cuando Louis le había dicho, entre risas, y con aquella sensación de que tu cuerpo no te pertenece que se suele sentir cuando bebes demasiado, había decidido sentarse en uno de los troncos que hacían las veces de bancos mientras la veía bailar embobado.

En esos recuerdos casi delirantes que su mente le hizo ver durante aquellos momentos en los que se encontraba entre la consciencia y la inconsciencia, Louis volvía a estar sentado en aquel banco. Volvía a sentir cómo el corazón parecía parársele dentro del pecho al ver la forma enloquecedora en que Marion se movía, al escuchar su risa y sentir sus ardientes ojos azules sobre él.

Volvió a sentir la mano de Marion tomando la suya, y cómo ella le había arrastrado, bajo un mar de luces y una música que parecía habérsele colado en los huesos, hasta la zona de la playa más apartada de la fiesta, donde podían estar completamente a solas.

Y cómo Marion se había acercado a él, había alzado su delicada mano para acariciarle el rostro y, finalmente, le había besado con fiereza y una pasión que dejó a Louis sin aliento.

Fue precisamente en ese instante cuando, ambos borrachos, con la luna sobre ellos y los labios de Marion sobre los suyos, Louis se dio realmente cuenta de que estaba perdida e irremediablemente enamorado de aquella chica rota que trataba de luchar contra sus demonios con alcohol y drogas. Aquella chica menuda de ojos azules que le había arrastrado a su mundo hasta el punto de que Louis no se imaginaba vivir fuera de él.