La guerrera de seda

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Encerrado en el silencio de una simple e inocua noche, simulando libertad fuera de mí, botando un sin número de versos a la luna y a la musa; la dueña de mi corazón. Me topé de frente con la suerte misma, con la voz de aliento que jamás tuve, con un ser vestido con armadura de seda, capaz de lograr tanto en tan poco tiempo, un ser que toma la mano de este simple poeta, le enseña, lo lleva a la realidad, pero no esa que me sacude el alma y me hiela el corazón; ella pinta otra, o quizás simplemente me enseña el mundo a través del cristal de sus ojos, me lanza la cura, para aquel veneno que recorría el tenue soplo de vida que amainaba torpe y desesperadamente; así en la simpleza de sus palabras, es su fuerte lazo con ese ser superior que yo hago a un lado y ella me recalca sin necesidad de llevarme a algún tipo de creencia vana y sin razón; se ganó ese lugar que hoy ostenta, le convertí en una más de mis reliquias, en el Grial donde se santifican mis blasfemias, el altar de mi redención; en el camino amoblado en esperanza, un laberinto con salida en su piel, una protectora vestida con la desnudez de su sedosa piel, un mundo en los ojos, un eclipse en su partida, una copa de vino, un cruel trago de Vodka; eso es ella, tan imposible de definir, tan imponente para ser descrita en este triste delirio de media noche, tan cálida como para enfriarse en los inviernos en el que lleno de pánico, vuelo con prisa, obnubilado, moribundo y terco, hacia algún remedo de piel, que simule que una felicidad profunda, un éxtasis eterno, un lugar que me haga decirle que no le necesito, una máscara de firmeza que se mueve, se agrieta, y colapsa en el caminar engalanado que frescamente propone sin intentarlo, así como yo no intento si quiera escapar de él. 

Lamento De LykosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora