| 068 | Chris Evans

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— Cariño, ¿has recogido todos tus juguetes? — dirijo una mirada rápida hacia mí hijo de 8 años mientras este se encuentra sentado a la mesa y come algunas galletas con leche. Él asiente energéticamente mientras yo continúo lavando los demás platos de la cena.

— ¿Veré a papá mañana? — pregunta su voz dulce e infantil, pero aún así provoca que mis movimientos se queden estáticos. Cierro la llave del agua y limpio mis manos con un pedazo de tela.

— Si, cariño.— giro levemente y sus grandes ojos me miran expectantes, trato de guardar la calma y que mi respiración se estabilice. Mi hijo es un pequeño sumamente inteligente, así que me gusta pensar en que siente cuando hay algo mal, es por eso que no hace ninguna otra pregunta y sigue con sus galletas.

Cuando he terminado con la cocina, Trevor sigue mis pasos cuando subo las escaleras, entramos en su habitación y después de arroparlo y contarle un cuento de su libro favorito de historias, salgo de su habitación.

Dejo caer un suspiro largo y pesado cuando me dejo caer en mi cama. Mi cabeza martilla y pareciera que hasta la luz de mi habitación me deslumbra hasta el punto de no poder ni abrir los ojos.

Hago un esfuerzo fuera de lo humano para apagar mi lámpara de noche y meterme debajo de las cobijas. Mi mente maquila a toda marcha y trato de que estos pensamientos no me quiebren, no de nuevo.

Cierro los ojos con tanta fuerza que me pregunto si el hacer esto puede causar dolor, dolor que distraiga el agudo que ya siento en mi pecho. Y son las noches las que más me torturan, por qué son en las que mi mente trae todos los pensamientos que logre esquivar a lo largo del día, los que logre suprimir.
Y no queda más que preguntarme a mí misma porque pasó esto.

Al final puedo quedarme profundamente dormida.

A la mañana siguiente no tengo energía ni para alzar la cabeza y checar la hora en mi reloj como usualmente hago cada mañana. Son los pequeños pasos de Trevor entrando en mi habitación los que me obligan a abrir los ojos.

— Mamá, mami.— llama en un tono bajo de voz como si esperara no despertarme.

— ¿Que ocurre, cielo?

— ¿Podemos desayunar panqueques? — pregunta y no puedo evitar reír mientras asiento porque sé que no importa qué tan mal me sienta, Trevor siempre me hará sentir mejor.

Me levanto de la cama y después de bajar hacia la cocina y preparar el desayuno, lo dejo comiendo sus panqueques mientras subo a su habitación para asegurarme de que sus cosas están listas.
Reviso su mochila verde de dinosaurios asegurándome de que todas sus cosas estén ahí.

No puedo evitar sentir un tirón en el pecho cuando observo los animales de peluche de Trevor, son sus favoritos y nunca sale sin ellos. Chris y yo se los compramos cuando tenía 1 año. Pasamos todo el día consiguiendo cosas para nuestro pequeño bebé. Recuerdo lo entusiasta que él estaba mientras tomaba y tomaba cosas para el pequeño Trevor; fui hija única y con unos padres no muy presentes, por eso siempre había fantaseado con la idea de una familia grande.

Ese mismo día Chris me prometió que seríamos felices, de verdad felices. Era algo que decía bastante, pero esa vez sonó distinto, como si él de verdad estuviera poniendo todo en su ser para hacernos a Trevor y a mí felices.

Mentiras.

Una vez más es Trevor el que me hace regresar a mi realidad. Ni siquiera note la lagrima que resbalaba por mi mejilla, la remuevo rápidamente y giro hacia Trevor.

— ¿Que ocurre, cariño? — pregunto cuando lo veo entrar corriendo.

— ¡Papá llegó! — salta y esa presión que estaba segura y me preparé mentalmente para evitar, toma lugar fuertemente en mi pecho.

| one shoots |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora