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Nueva Orleans no era precisamente un lugar tranquilo para gente como ella. Gente que padeciera su misma enfermedad.

Había demasiado ; Demasiadas calles llenas de luces resplandecientes, demasiada música escuchándose por cada esquina, demasiados olores impregnando el aire, demasiadas personas...
Escuchar todas esas cosas era realmente agotador.

Áurea suspiró una vez más con la mirada fija en la lejanía de un edificio, que sobresalía sobre los demás. Tan distraída iba, que no vió el pequeño cuerpo que chocó con ella y cayó al suelo con brusquedad.

- ¡ Ay va ! - chilló arrodillándose frente a la niña, visiblemente preocupada- ¿ Estás bien, cielo ?

La rubita de ojos azules, que no debería tener más de unos seis o siete años, se levantó ágilmente, aunque desorientada, y la miró roja de vergüenza.

- ¿ Te duele algo ? ¿ Necesitas ayuda ? - volvió a preguntar, ayudándole a sacudirse la ropa de suciedad. Los niños eran su debilidad particular.

Ella negó varias veces con la cabeza, y trató de seguir con su camino. Extrañada de que nadie la hubiera regañado por haber empujado a la pequeña, la detuvo suavemente con la mano.

- ¿ Dónde están tus padres, cielo ?

- Los perdí.

Esas dos palabras fueron como música para sus oídos. Blanco. Blanco puro era el color de su voz.

Sonrió ampliamente, para desconcierto de la niña, que probablemente estaba esperando una regañina.
Pero Áurea estaba demasiado feliz. Ese encuentro había alegrado su día ; Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese color.

- Seguro que estarán por aquí cerca - la tranquilizó tomándola de la mano - Esperaremos un rato.

La pequeña asintió, y para relajarla, la chica comenzó a trazar pequeños círculos en la palma de su mano.

Ella se dió cuenta, y respondió a la caricia con una risilla.

- ¿ Cómo te llamas ? - preguntó bajando su mirada hacia ella.

- ¡ Lis !

Todos los transeúntes de la calle (Áurea incluída) se volvieron hacia el grito, y vió cómo una mujer se acercaba furiosa.

- ¿ Qué le has hecho a mi hija ? - el verde oliva se  tornaba a oscuro mientras la agarraba de la chaqueta con una de sus manos y la elevaba del suelo.

Asustada, trató de contestar, pero su voz salió estrangulada y casi inaudible. Los peatones contemplaban la escena preocupados y confusos.

- ¡ Mamá ! - la rubita tiró de la manga de su camisa y la mujer le prestó atención - Os perdí, ella solo me ayudó...

La señorita se volvió a mirar a Áurea más tranquila, pero aún sin soltarla.

La joven no podía hacer nada, paralizada por el miedo.

- Vamos, cariño - la convenció un hombre de pelo rubio oscuro o cobrizo (no se distinguía muy bien) llegando a su lado - Lis está bien, no montes un escándalo.

Áurea suspiró al ser liberada, y la miró escandalizada. Menudos modales, y vaya fuerza que tenía para haberla levantado del suelo como si fuera una pluma...

- Discúlpala - continuó el padre esbozando una sonrisa forzada - A menudo no sabe controlarse.

Áurea asintió acomodando su ropa, justificadamente molesta.
Miró a la familia con curiosidad. Toda una excepción...

Contempló cómo se alejaban, sin decir nada más. Se guardó para sí misma el pensamiento de que la voz del marido era verdaderamente curiosa. Azul rey, como la de su padre. No era muy común.

La pequeña Lis se volvió para despedirse con la mano, y Áurea le correspondió amablemente. Aquella niña era la inocencia pura.

EternityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora