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La librería Historias Interminables (en honor al autor Michelle Ende) estaba situada en las afueras del barrio francés. Tenía un cartel con un dragón rosado sobre la puerta, que fue lo primero que notó el día en el que entró para pedir trabajo.

La campanilla de la puerta sonó, indicando que había llegado un nuevo cliente.

Esperó unos minutos, para darle tiempo a buscar entre las estanterías antes de ofrecerle su ayuda. A muchos clientes les molestaba que los empleados revolotearan a su alrededor ansiosos para que compraran.

- Disculpe, ¿ puede ayudarme ?

Solo entonces alzó la mirada entre los libros para mirarle.

El primer pensamiento que pasó por su cabeza fue << Este hombre es demasiado sofisticado para estar aquí >>.

Parecía muy seguro de sí mismo, e iba marcando un porte que, evidentemente, le intimidaba.

Él era más del tipo que compraba en las librerías de los grandes almacenes, y no en la pequeña tienda en la que Áurea trabajaba.

Pero eso (ni lo atractivo que era) no fue lo que más le llamó la atención ; fue su voz.
Era de un color que nunca jamás había escuchado : índigo.

Debió de haberse quedado demasiado tiempo mirándole, porque el semblante del hombre se tornó a confundido mientras fruncía el ceño.

- ¿ Señorita ?

Ella carraspeó y salió de su ensoñación, reaccionando por fin.

- Sí, disculpe. ¿ Está buscando algún título en concreto ?

- En realidad esperaba que me ayudara a escoger - respondió amablemente, ignorando la escena de hace unos segundos, haciéndole olvidar lo avergonzada que estaba.

- ¿ Qué género prefiere ?

Esta pregunta era bastante habitual, pero a diferencia, la joven tenía curiosidad por saber la respuesta en esta ocasión. Parecía un tipo... interesante.

- Novela histórica, principalmente.

Debió de haberlo suponido.

- Bien, si es tan amable de acompañarme - dijo antes de echar a andar hacia la sección sur de la tienda - Estas tres estanterías son todo lo que tenemos de ese género. Le recomiendo "Sinuhé, el egipcio", "Los pilares de la tierra" , "Yo, Claudio" y "El nombre de la rosa", entre otros.

Él la miró fijamente, y sin casi escuchar los títulos que nombraba, le preguntó :

- ¿ Ha leído alguno ?

- No, suelo leer más ficción - negó con una sonrisa que a él le pareció encantadora- Pero esos libros son los que han gustado más a nuestros clientes. Le dejo un rato para pensarlo, si necesita volver a preguntar o cualquier otra cosa llámeme.

Él asintió distraído, y Áurea se apresuró a alejarse hacia el mostrador. No era un hombre desagradable, sino todo lo contrario, pero tenía una mirada tan intensa que le hacía sentir algo incómoda.

Había algo más... pero no sabría decir qué es lo que era.

Lo observó desde donde estaba, leyendo las pequeñas sinopsis de la tapa de los libros, y casi pudo oírle sopesando cual de ellos sería más de su agrado.

Viéndolo con más detenemiento, no tenía nada fuera de lo normal. No era demasiado alto, ni demasiado bajo, tenía un color de pelo habitual (simple marrón), y ojos de color oscuro. Era delgado, y aunque se comportaba como si hubiera vivido toda una vida, no debería tener más de unos veintitrés años, aparentemente.
Pero a pesar de que no había nada en él que destacara de forma particular, como podía ser un par de ojos azules o un color de pelo exótico, el conjunto de todos los detalles era muy, pero que muy interesante.

Cuando levantó la vista de nuevo hacia ella, mientras que se acercaba, la chica fingió disimuladamente estar ocupada tecleando en el ordenador.

- Ya me he decidido - comentó, depositando un par de libros sobre la repisa.

Aunque la joven no lo supiera, él no había prestado ni una pizca de atención a las páginas que tenía delante.
La vió por primera vez hacía un par de semanas. Estaba sola, sentada sobre la acera, y lloraba. Y la reconoció ; era la chica a la que había visto hacía ya muchos años en el hechizo para Niklaus. Sin duda, era ella, la chica de la que Elijah estaba enamorado.

Áurea levantó la cabeza y revisó el precio de su elección.

Había intentado ignorarla, olvidar que la vió, pero no pudo. En menos de lo que pensaba, ya estaba siguiéndola, vigilando lo que hacía. Y cada cosa que descubría le gustaba aún más.
Entendía los sentimientos de su hermano mayor. Y para qué mentir... era indudablemente atractiva.

- Son treinta y cuatro euros - calculó metiéndolos en una bolsa con el logo de la tienda.

El hombre sacó su cartera de piel, y extrajo un billete de veinte, otro de diez, y un último de cinco. Se los tendió y ella los guardó en la caja, devolviéndole el euro de cambio.

- Gracias por su compra- sonrió ampliamente, antes de que se fuera.

El dinero era uno de los motivos más importantes por los que la mayoría de las personas no compraban ya los libros en su estado físico, sino que los leían de forma electrónica. A largo plazo, comprarse un e-book salía más rentable, aunque personalmente a ella siempre le había gustado pasar las páginas entre sus manos.

Antes de salir, el desconocido pareció recordar algo y se volvió hacia atrás.

- Ah, una cosa más... - hizo una pausa, y la miró fijamente a los ojos- Si yo hubiera estado trabajando en su lugar y la viera entrar por la puerta, sin duda, también me habría quedado mirando.

Dicho esto, y con el índigo de su voz aclarándose sutilmente, esbozó una diminuta y pícara sonrisa, característica de Kol Mikaelson, y sabiendo que la había dejado con la boca abierta salió de la tienda silbando con las manos en los bolsillos.

Y Áurea se quedó mirando cómo la puerta se cerraba, paralizada y roja como un tomate, haciendo sonar la campanilla que colgaba de arriba.

EternityDonde viven las historias. Descúbrelo ahora