En el cementerio, una mujer de la tercera edad observaba la lápida incrustada en la tierra. Consciente de que pronto la noche acaecería sobre el lugar, leyó de nuevo el garabato escrito sobre el mármol.
"Adam Tristán Foster Cross"
A pesar de repetir en su mente una y mil veces lo sucedido, era incapaz de asimilar la pérdida de su hijo sin sentir cómo su corazón se rompía en pedazos.
Lloró en silencio. Las emociones que crispaban en ella y los varios recuerdos que la abrumaban conseguían también dejarla con un vacío irreparable en el corazón. El nudo en su garganta crecía de manera inmensurable, haciendo que cada momento fuera una completa tortura. Deseaba poder atribuir su dolor a alguien más, ansiaba que otra persona fuera quien ocupara su lugar. Charlotte Foster preferiría ver al mundo entero sufrir si con ello pudiera quedar libre del dolor de perder a un hijo.
Deseaba que el sufrimiento llegara a su fin o que hubiera alguna forma de olvidar.
El viento fuerte y el repentino frío auguraban la llegada de la noche. Los árboles formados en hileras en la entrada del cementerio comenzaron a mecerse a un lado y, a lo lejos, se escuchó el chirrido de un par de bisagras metálicas. ¿O era madera?
Al oír el crujido de dos materias que se frisaban, Charlotte sintió que el aire abandonaba sus pulmones porque sabía que se hallaba sola. La salida estaba cerca y probablemente su otro hijo la esperaba allí; sin embargo, justo en ese instante, le parecía estar a kilómetros de distancia. Tenía la impresión de encontrarse en un lugar ajeno, como si todo a su alrededor hubiese cambiado aunque siguiera en el mismo sitio. La tristeza era mucho más intensa, los deseos de llorar sin consuelo no la abandonaban y cada vez más se sentía sofocada, mareada. Giró sobre sus talones, deseosa de abandonar el cementerio lo más pronto posible.
Intentó avanzar. Sus pies le obedecieron, pero siguió en el mismo sitio. Era extraño. Estaba aprisionada y enredada. La sensación de ser observada pronto la invadió y un cosquilleo en la nuca la tomó desprevenida, como si una boca estuviera soplando aire en esa área para hacerla estremecer. Casi podía sentir el aliento almizclado acariciar su piel arrugada y suave.
Escuchaba un murmullo ininteligible, un canto de voces en un idioma desconocido; un tono gutural y aterciopelado al mismo tiempo; le susurraban palabras que la mente nublada de la mujer no logró procesar.
La respiración de Charlotte se aceleró. Las ansias de gritar eran detenidas por la inmovilidad de su cuerpo y habla. Podría ser algo ilusorio pensar que alguien a quien no podía ver se burlaba de ella en silencio, tal vez, todo se encontraba en su mente y debía despejarse de cualquier idea loca para librarse de ese mal sueño.
Porque debía ser un sueño, una pesadilla que privaba al soñador de sus sentidos. A lo mejor, si rezaba o recitaba alguna oración cristiana podría lograr despertarse, había funcionado muchas veces, ¿por qué no lo haría ahora?
A menos que no fuera un sueño como ella pensaba o se hacía creer.
«En el nombre de Jesús», murmuró en su mente.
No funcionó.
«En el nombre de Jesús».
Tampoco dio resultado.
Repitió la oración dos, tres, cuatro, cinco hasta diez veces sin obtener algún resultado. Charlotte comenzó a asustarse mientras hacía un recuento en su cabeza de los últimos minutos; solo entonces recordó que en ningún momento se había dormido o quedado desmayada. Pudo llegar a la conclusión de que nada de aquello era lo que había pensado. La realidad le abría el paso a la pesadilla.
Su piel se estremeció. La mujer no sabía qué hacer para salir de ese mal momento, ansiaba gritar, expulsar con un chillido de miedo. Y, cuando una figura comenzó a tomar forma frente a sus ojos, a escasos centímetros de su cuerpo, su boca quedó suspendida en el aire.
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Cuando los demonios lloran
ParanormalAl lado de Steven Shelton, Herón se convierte en una criatura indefensa y solitaria; pero para el mundo, es un monstruo cruel y despiadado. ¿Qué podría salir mal? ...