34. Terror en Grigor

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Toda la población de la ciudad de Grigor estaba horrorizada. El pánico creció cuando la aparición de cadáveres aumentó de manera considerable. Los encontraban en lugares transitados, en la entrada de escuelas, institutos, universidades y, sobre todo, en los altares de las iglesias.

Eran cadáveres de jóvenes de no más de veintitrés años que desaparecían por arte de magia —o eso suponían las personas— de las funerarias y de las morgues de los hospitales. Muchas familias contrataron guardias para vigilar a sus difuntos, pero nadie lograba comprender que el culpable lograba infiltrarse sin ninguna complicación.

Fueron tres meses de tormentos continuos. La pesadilla seguiría su curso hasta que el ladrón de cadáveres lograra sentirse pleno con sus planes. Usaba los cuerpos para cumplir con sus propósitos oscuros.

De pronto, hubo un cambio repentino. Comenzaron a aparecer cadáveres que ya no eran solo de jóvenes; el culpable parecía encontrar cierta diversión en robar cuerpos al azar.

***

El terror envolvió cada rincón de Grigor y sus alrededores; los muertos no conseguían descansar en paz. Sus suplicas por abandonar el mundo de los vivos fueron ignoradas. Clamaron y nadie los escuchó, porque todos estaban profanados.

¿Quién decía que los muertos estaban mejor que los vivos?

***

Ya no era seguro morir en Grigor.

En algún momento, el culpable cometió un error, uno pequeño, un detalle que nunca pensó que podría usarse en su contra.

Alguien le seguía sus pasos muy de cerca. Demasiado cerca. Era alguien que, usando a quien el ladrón más apreciaba, pretendía lastimarlo.


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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora