La mañana, antes de salir de su cuarto, Herón golpeó la pared con los puños de la mano. Estaba molesto, frustrado. La sensación del día anterior parecía estar todavía en su sistema, odiaba mostrarse en esa patética faceta. Incluso se había escondido de Adam con la intención de no mostrarse así delante de él. Odiaría que lo vieran sonreír por felicidad, por sentirse dichoso, por reírse contra su voluntad.
La sensación empalagosa de su boca tampoco desaparecía, ni las ganas de reírse. Aunque la felicidad recibida era abrumadora, no se sentía merecedor de ella.
No era su deseo. No anhelaba a un ángel oculto, ni la compasión de nadie. Se deshizo de su forma humana para optar por la demoniaca. Herón se contempló a sí mismo como lo que en verdad era: una espesa negrura sin forma. Esperó que hacerlo pudiera alejar la alegría de inmediato. Toda la habitación oscureció y la condensación del cuerpo de Herón se desintegró en el aire. Poco después, adquirió su forma humana.
—¿Ocurre algo? —quiso saber Adam, preocupado—. Te ves diferente.
—Estoy molesto, ¿no ves?
—Sí, ¿pero por qué? —insistió el chico.
—No te interesa.
Adam soltó un suspiro. El día anterior no había podido encontrarlo por el supermercado por más que lo buscara. Tras dar varias vueltas, y cuando finalmente lo halló, él tan solo le había dicho que no tenía ganas de verle la cara. Herón se escondió de él. Adam no sabía la razón exacta de esa actitud, pero en definitiva algo había pasado.
—Perdí mi cuerpo —comentó entonces con el claro propósito de iniciar una conversación.
—No te esfuerces en decirme lo que ya sé —respondió Herón, mirándolo mal—. ¿Sabes al menos quién lo hizo?
Adam sacudió la cabeza. Se mantenía cabizbajo, observando sus pies y la alfombra en el suelo.
—¿No recuerdas nada?
—Una chica —dijo—, encontré a una chica de cabello largo, llevaba el mismo mandil que tú. —Adam cerró los ojos e intentó imaginar el momento exacto—. Me miró y le pregunté quién era.
—¿Te dijo su nombre?
—No. —Él soltó un suspiró—. Cuando quise apartarme, ella me empujó y lo siguiente que vi fue el cuerpo caer, y yo seguía de pie.
—¿Te vio?
—Eh, sí, me sonrió y acarició mi mejilla derecha, todavía siento la calidez de su mano.
Herón entrecerró los ojos, extrañado.
—Hizo algo conmigo. —Siguió contando Adam, ensimismado ante la sensación nueva que poco a poco lo consumía—, sé que hizo algo.
—Purificó tu alma —comentó Herón—. Me parece que ella está tratando de componer todo lo que he destruido. Dime, Adam, ¿de qué color eran su cabello y sus ojos?
—Negros. —Su respuesta fue rápida, pero él no entendió por qué hizo él aquella pregunta o por qué veía de importante saber ese detalle.
Confundido, Herón miró al chico con detenimiento.
—Hay algo más —agregó todavía pensativo—. Cuando la vi, supe que era diferente. Si la volviera a ver, la reconocería.
—Dices que ella usaba el mismo mandil que yo —reiteró Herón, pensativo—. No han cambiado los empleados que trabajan en el supermercado.
—No recuerdo haberla visto antes. He ido contigo varias veces al Walmart, te juro que recordaría su rostro.
—No la has visto y llevaba un mandil igual al mío —listó Herón en voz alta y, tan pronto como comenzó a pensar, la imagen de alguien se asomó en su mente—. Espero que me equivoque —dijo—, ¿por casualidad la chica llevaba el cabello recogido en una coleta?
—Sí, ¿cómo lo sabes?
Herón sentía que se tambaleaba a los lados.
—No podría ser la nueva —musitó con tono de burla.
—¿Quién?
—La condición que me impuso el señor Janssen para aceptarme de nuevo en el supermercado. —Soltó un profundo suspiro—. Adam, necesito que me confirmes si mis suposiciones son correctas este día. Si resultara ser ella, eso podría explicar muchas cosas. —Dio por zanjada la conversación.
Con varias cosas en la mente, Herón se dirigió al supermercado usando su inusual forma de transportarse de un lugar a otro.
Horas después, tras reincorporarse a sus actividades diarias del trabajo, buscó a Mila con desesperación en todos lados.
En el pasillo de las frutas refrigeradas, una señora de baja estatura requirió la ayuda de Herón para alcanzar una bolsa de uvas; y en la sección de lácteos, un hombre quiso saber el precio de una leche cuya etiqueta había sido arrancada. Y cuando Herón pudo por fin ver a Mila a la distancia, no dudó un segundo en seguirla solo para percatarse de su mediocridad. Se detuvo y, en ese segundo, se sintió el peor de los idiotas al pensar que ella podría ser la persona que purificó el alma de Adam.
—Llevo varios minutos dando vueltas con ella —comenzó a explicarse una señora robusta—, necesito saber dónde están situadas las jaleas de fresas.
—Sígame. —La irritación fue evidente en la voz de Herón, tanto la señora como Mila se percataron de ello.
Los tres se encaminaron al pasillo donde recordaba que se posicionaban las mermeladas. El demonio evadió no solo la mirada de varias clientas embobadas por su presencia, sino que también rechazó a personas que intencionalmente encontraban cualquier pretexto para hablarle. Odiaba toda esa conmoción que él desataba sin querer.
Cuando cumplió con el favor, Herón titubeó en silencio y miró mal a su compañera.
—Mila, ¿cómo es que no encontraste las mermeladas? —inquirió él, con impaciencia.
—No... me acordar. —Ella evitó mirar a su compañero a los ojos para no sentirse cohibida como la última vez que la había regañado. Empezó a jugar con sus dedos sin ser consiente. Ambas mejillas comenzaron a teñirse de un color rojizo al percatarse de que su acento fue bastante evidente, sabía que había respondido mal y esperó a que las burlas llegaran a ella.
Si Herón lo notó, no lo demostró. Estaba enojado.
—Te he dicho que solo leyeras los carteles, ¡no es tan difícil! —masculló con los dientes apretados.
—¡Para mí sí! —exclamó ella.
—¿Por qué?
—Yo aún no acostumbrarme... no puedo leerlo —agregó en susurro, avergonzada. Apretó los ojos y luego clavó la mirada en una bolsa de azúcar en los estantes, negándose a establecer contacto visual con nadie.
Herón soltó un suspiro exasperado. Tras pedirle disculpas a la mujer, fue de inmediato a conseguir más botes de jalea a la bodega para reponer la estantería que estaba casi vacía. Iba con evidente malhumor. Mientras se dirigía al lugar, en su mente pensaba en la conversación mantenida con Adam, la posibilidad de que fuese Mila la causante de todos esos sucesos.
Él contuvo la necesidad de carcajear.
«Mila... ¿un ángel? Imposible», pensó.
Un ángel aprendería cualquier idioma con facilidad, no sería tan torpe ni mucho menos tan... humana. Un ángel era perfecto. Y Mila no era nada de eso.
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Cuando los demonios lloran
ParanormalAl lado de Steven Shelton, Herón se convierte en una criatura indefensa y solitaria; pero para el mundo, es un monstruo cruel y despiadado. ¿Qué podría salir mal? ...