70. Una última vez

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—¿Herón es qué? —espetó malhumorado el demonio al no recibir una respuesta inmediata. Se había cansado de esperar, y no soportaba ver al muchacho absorto en sus pensamientos.

—Herón es diferente conmigo. —Logró decir, la seguridad de su voz le sorprendió más que al resto de los presentes. Desconocía de dónde había sacado una terrible fuerza de convicción, pero lo agradecía.

—Tienes un alma fuerte, jovencito; pero sería mejor si tuvieras un alma corrupta. —El demonio sonrió y se lamió los labios con perversidad—. No esperaba menos de Herón al congeniar con los desagradables seres humanos. ¡Él es la vergüenza de los demonios!

—No me digas que solo vienes a hablar mal de él porque, si es así, de seguro le encantaría escucharlo él mismo —comentó Steven.

Al ver al demonio adquirir un semblante bastante serio, sintió que sus pies se ponían débiles. Tal vez, después de tanto meditar, el miedo podía ganarle.

—No seas estúpido. Vine a visitarte y a conocerte nada más.

—¿A mí? —quiso saber el chico.

—Sí, ya sabes, quería saber por qué un humano miserable como tú, que no tiene nada, podría ser el protegido de un demonio.

—La clave está en ser amable.

Steven se sintió observado.

—No te sientas especial, porque no lo eres —dijo él con media sonrisa en el rostro—. Quizás a Herón le recuerdes a su querido hijo muerto, quiero decir, asesinado. Tienes un gran parecido con él, era un buen niño. Demasiado bueno.

—¿Herón es padre? —Steven no se lo creía.

—No me sorprende que no lo sepas, los humanos son sensibles a cosas como estas. Herón no podría venir y decirte: «Te pareces a mi hijo, así que debes estar a mi lado para enmendar mis errores del pasado». Te apartarías de su lado si fuese así, ¿no?

El demonio se acercó a Steven y caminó de un lado para otro con las manos metidas en los bolsillos delanteros de su pantalón vaquero negro.

—Me da un poco de pena que hayas creído ese cuento de que Herón te apreciaba porque eras tú. Un demonio no ama, ¿sabías? —preguntó Azael, pero no esperó una respuesta para seguir hablando—. Ustedes los humanos son ingenuos y estúpidos al creer que nosotros podemos sentir. ¡Qué pena! ¿Realmente creías que Herón te apreciaba porque eras tú? Déjame decirte que solo buscaba a alguien que pudiera igualar a su querido hijo.

—Es mentira, no tendría por qué creerte. Los demonios son unos mentirosos.

Cuando la última oración salió de su boca con resentimiento, Steven quiso golpearse mentalmente porque, si hablaba de demonios, de forma general, eso incluiría a Herón; pero no tendría por qué incluirlo, ¿verdad? Herón era diferente a los ojos de Steven. No tendría por qué ser cierto lo que decía, ¿o sí?

—No comprendo por qué nos tachan de mentirosos, si los demonios como yo somos muy sinceros —comentó Azael, sonriendo—. Pero, si tanto insistes en que somos mentirosos, eso significaría que Herón te ha estado mintiendo, ¿no es así?

—Herón jamás lo haría.

—¿Te das cuenta de lo miserable que puedes llegar a ser? ¿Creías que un humano como tú podría ser amado? No tienes nada, estás solo, vives en la casa de alguien que te ve como a un sustituto. Alguien que solo puede ver en ti lo delicioso que puede llegar a ser devorar tu alma en el futuro.

De nuevo, volvió a lamerse los labios.

Steven tragó saliva, sentía que su poca fuerza interna estaba a punto de disiparse en el aire. Sentía una especie de opresión en el pecho; por más que se repitiera las palabras para fingir fortaleza, algo se quebraba y partía su seguridad en miles de pedazos. No tendría por qué creerle, no tendría razón para hacer. No iba a dudar de Herón ahora, Steven no quería decepcionarlo más de lo que ya había hecho. Pero ¿y si resultaba cierto? ¿Y si el extraño decía la verdad? ¿Y si Steven no era más que el sustituto de un hijo muerto? ¿Y seguía con vida solo para ser devorado por Herón?

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora