47. Néctar de felicidad

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En su sitio, Steven se olvidó por un instante de respirar. Parecía deprimido, distraído. Abrazaba sus piernas contra su pecho en actitud melancólica. Tenía la cabeza girada hacia la pared, con la mirada clavada en un montón de cartones. Algo le pasaba.

—¿Te encuentras bien? —Escuchó una voz masculina.

Se giró y encontró a Herón, inmóvil, a solo unos pasos, con la expresión serena, esperando a que él le prestara atención.

—Sí —respondió con la voz débil.

—¿Aún no mejoras?

—Estaba bien en la mañana.

Extrañado, Herón caminó a donde su compañero estaba y se acuclilló.

—¿Y? —preguntó.

—No he dormido bien estos últimos días, quizá por eso me siento tan cansado —sugirió el chico. Steven enterró su rostro en las manos, resignado. Ni él mismo era consciente de lo que le pasaba—. Quiero dormir —empezó a decir, tenía la voz frágil—, pero no puedo. Necesito descansar, pero no quiero hacerlo. Esto es... frustrante.

Por más que Herón se esforzara por sentir las emociones de Steven, no podía hacerlo. Algo lo impedía. Su rostro reflejaba una cosa, mas sus emociones decían otra. Se veía mal, triste, indispuesto; y Herón, a pesar de sus esfuerzos, no percibía absolutamente nada. Casi como si Steven estuviera vacío.

—Te cubriré por hoy, puedes irte a casa si quieres —sugirió entonces Herón, con la incertidumbre de esos sucesos recientes. Primero había sido Adam, luego Steven.

—¿Y tú? También debes trabajar.

—No te preocupes por mí, Steven, preocúpate por ti.

—Eres muy bueno conmigo, Herón. Debería hacer algo por ti alguna vez...

El demonio sintió un puñal en el corazón. Esas palabras eran sinceras, cargadas de gratitud y de felicidad, pero también de tristeza. Steven no solo parecía estar mal, sino que estaba realmente mal. Herón se daba cuenta ahora y no podía hacer nada por él. Era frustrante.

Otra vez, percibió Herón esa esencia. No la había notado en su llegada ni cuando vio el rostro afligido de Steven; la sintió después de que vio a su amigo tranquilizarse y relajarse en su sitio. Y, antes de que él pudiera preguntar algo al respecto, Steven agregó en susurro:

—Ten. Me pidieron que te entregara esto. —Le extendió una cantimplora de metal que antes tenía colocada en el suelo—. Es un jugo casero, creo.

De inmediato, Herón lo rechazó.

—Por favor, acéptalo —suplicó—. Tienes que aceptarlo, debo ver que lo tomes.

Steven no actuaba como tal. Realmente parecía perdido y, por un momento, Herón se sintió culpable. Los últimos días había actuado casi del mismo modo, pero al no sentir sus emociones, había creído ingenuamente que nada andaba mal. Quizás a esto se refería Adam en su conversación esa misma madrugada mientras robaban los cuerpos.

—Si hago eso —comenzó a decir Herón—. ¿Te hará sentir mejor?

—Sí.

Herón tomó la botella ante esa respuesta. No podía negarse, incluso a pesar de querer decirle que su boca no podía tolerar la comida humana. Que lo que sus labios tocaran se volvería asqueroso, podrido.

Aun así, lo hizo. Estaba cansado de no sentir a su compañero. Él también se sentía vacío al no percibir los sentimientos de tristeza o de dolor o lo que fuese que estuviera molestando a Steven. Bebería cualquier cosa si con ello pudiera tranquilizarlo.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora