56. Secretos desvelados

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La noche era fría, el viento soplaba con fuerza entre los árboles y el susurro de los insectos llegaba a sus oídos, casi haciéndole perder el valor. Escondido entre la sombra del bosque, Alex miraba las siluetas a través de las ventanas trasparentes del tercer nivel. No sabía qué esperaba, estaba encerrado en su auto, y quizá, la duda que surcaba en su interior le impedía avanzar. Tragó saliva y reunió valor para no retractarse

Se ajustó su gabardina negra para protegerse del frío. Varios mechones de su cabello rizado se esparcieron por su frente ante la leve inclinación. Alex no se había cortado el pelo desde unas dos semanas y, a causa de ello, lo tenía más largo que de costumbre. Concentrado en abrocharse los botones de su abrigo, la luz del auto se encendió de forma repentina.

Se asustó. Por el rabillo de su ojo izquierdo pudo distinguir una sombra que tomó forma en el asiento del copiloto.

—Pero mira quién ha decido visitarme —habló el intruso con descaro.

Alex se sobresaltó, golpeándose la cabeza contra la ventana.

El rizado tragó saliva. En ese momento, no pensaba en nada, más que analizar cómo Herón lo había descubierto. Intentó ser sigiloso, manejó con las luces apagadas dejando que la suerte estuviera de su lado y no se estrellara con alguna roca o árbol en su camino. Pero ¿cómo descubrió el demonio su ubicación?

Si antes existía la menor duda sobre la naturaleza de Herón, ahora se había disipado completamente de la mente de Alex.

—¿Cómo...? —quiso preguntar, aún anonadado.

—Las preguntas las hago yo. ¿Por qué estás aquí? —El demonio observó sus manos negras—. ¿Buscas a alguien en especial? —Luego, sonrió con malicia—. ¿Buscas a Adam?

La mención de su hermano lo hizo reaccionar. Comenzó a recorrer con la mirada alrededor de él.

—Adam no está aquí —aclaró Herón.

—¿Dónde está? —Alex no logró distinguir nada en las afueras del auto. Todo lucía negro.

—Por ahí. —Se limitó a decir el demonio—. Debería darte créditos por haberme encontrado. Quizá sea compasivo contigo.

—¿Conoces eso siquiera?

—Conozco muchas cosas, Alex —Herón se apoyó contra el respaldo del asiento y lo miró a los ojos, presuntuoso—. Incluso podría darte la respuesta que necesitas solo para que te largues de aquí.

—Si sabes a qué vine, entonces procede con lo siguiente.

Herón estiró la comisura de sus labios en una minuciosa sonrisa.

—Podría —dijo—, pero no sería divertido.

—¿Solo te preocupa eso? ¿Diversión?

—¿Por qué apresurar algo a lo que podría sacarle provecho? —respondió el demonio.

Alex lo miró mal.

—Tranquilo, respira profundo —sugirió Herón.

—Estoy tranquilo. Muy tranquilo, diría yo. Porque una persona normal reaccionaria con golpes para provocar tu muerte.

—¿Y por qué no reaccionas de ese modo? ¿No te he dado suficientes motivos para querer matarme?

—Porque no soy como tú. Aunque tenga muchas ganas para hacerlo.

—Interesante. —Herón cerró los ojos por un instante. Luego, lo observó con penuria.

—¿Seguro que Adam no está? —preguntó Alex.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora