Si algo aborrecía Herón fervor eran los lamentos desesperados.
—Steven... —masculló la mujer. Sentada en el suelo, con ambos brazos rodeando sus piernas dobladas hacia su pecho, lloraba en silencio mientras balbuceaba el nombre de su hijo—. Steven...
A Herón se le dificultó no lanzarse sobre ella en ese preciso instante. Sin embargo, y aunque le costara admitirlo, todo lo que sentía en su pecho era gracias a esa mujer. Probablemente, si la señora Ariadna no sufriera la partida de su hijo, él no se sentiría quebrado. Las emociones ajenas siempre serían más fuertes que las suyas, si es que tenía alguna.
Herón temblaba, le costó avanzar al lado del cuerpo podrido de Steven, pero lo hizo, logró acuclillarse a al lado de su amigo.
—Es mi culpa. —La señora enterró su cabeza en sus brazos, sus hombros subían y bajaban a causa del llanto descontrolado—. Es mi culpa —balbuceaba en un hilo de voz.
Herón farfulló.
Ariadna sentía la necesidad de gritar, de llorar y de morir. Steven había sido su único hijo, su principal motivo para querer vivir. En él había logrado conseguir la felicidad, una razón para soportar la lucha de haber sido abandonada por sus padres y por su novio. Steven era todo lo que tenía y, al ver el cuerpo muerto de su hijo, ansiaba romper todo a su paso. Su amado niño, el que solía escabullirse de las clases para ayudar a su madre con los oficios domésticos. ¿Cuántas veces soportó Steven el rechazo de los demás al no tener una figura paterna? ¿Cuántas veces había sido discriminado por ser de escasos recursos?
Pero Steven siempre fue feliz. Nunca dejó que las personas afectaran su vida, odió ser una carga para su madre, quien —a su parecer— había sufrido demasiado. Steven nunca deseó ser como ellos, quería convertirse en alguien mejor, con sueños e idealidades.
Su madre había sido también su padre, le había educado como debía y él era feliz con eso. Muy feliz.
—Fui egoísta, siempre le compré ropa de segunda mano o lo que estaba en rebaja; quería ahorrar dinero. Steven nunca se quejó ni me exigió nada. —Cada palabra que balbuceaba le partía aún más el corazón. En su garganta se formó un nudo que la apretujaba y que dificultaba su respirar. Lágrimas corrían por sus mejillas sin control—. Steven...
Tenía un sinfín de cosas por decir, por lamentarse, demasiadas razones para llorar; no sabía por qué todos eso recuerdos llegaban a su mente sin previo aviso, pues era consciente de lo mucho que ella había puesto de sí para darle lo mejor. Si tan solo... si tan solo no hubiera permitido que ese hombre entrara en la casa, la muerte de Steven habría sido evitada, probablemente. Se lamentaba. Estaba triste.
Cuando ella escuchó el grito de su invitado unas horas atrás, se asustó, pero no supo el motivo. La cuchara que sostenía en una mano cayó al suelo tras ver al extraño retorcerse de dolor. Ella se quedó patidifusa, sin comprender nada. Pero solo duró un instante su tortura, en un parpadeo el hombre desapareció y regresó con Steven a su lado. Observó, detalle a detalle y sin hacer nada, cómo la criatura sonreía mientras se sentaba a horcajas sobre su hijo y lo destripaba despacio. Y despacio todo de él se pudrió.
No pudo hacer nada, se había quedado inmóvil a causa del miedo.
Ella había pensado con inocencia que, al vivir lejos del origen de las tragedias que ocurrían en la ciudad, jamás le pasaría algo similar a ella o a su hijo. El lugar estaba maldito y, quizás, el hogar de Herón era el sitio más temible de todos.
Si tan solo...
Sus pensamientos se detuvieron cuando algo o alguien la sostuvo por su cabello, tomándola desprevenida.
—¡Cállese! —Herón ladeó la cabeza, la observó fijamente. Con su mano derecha la elevó en el aire por las hebras de su cabello y sus pies quedaron colgando. El cuerpo de la mujer se veía frágil a comparación al fornido Herón.
El demonio alzó su mano izquierda a la altura de su hombro y la mujer observó en silencio, sin comprender el objetivo del chico al aprehenderla de esa manera. Tampoco se esmeraba por librarse, estaba demasiado confundida. Aunque su cabeza comenzaba a arder debido a la forma en cómo era sostenida, fue más grande su susto por ver a Herón, la forma monstruosa que despacio adquirió su cuerpo la dejó con la mente en blanco.
El brazo de Herón ennegreció, sin desplegar la vista de la señora Ariadna y sin previo aviso, toda su mano se enterró en el estómago de ella.
Los ojos de Herón nunca lucieron más oscuros, peligrosos y aterradores. Ladeó la cabeza y sonrió.
Las manos de la madre de Steven se aferraron al brazo de Herón en un intento fallido por apartarlo. Sus pies se sacudían, queriendo alcanzar el suelo. De su boca comenzó a brotar su propia sangre, al sentir como los dedos del demonio se removían en su interior.
—¿Por qué desea vivir, mujer? Tenía pensamientos suicidas hace un momento, pero tampoco quiere entregarse a la muerte. No entiendo a los humanos.
La señora Ariadna escupió sangre y su mente comenzó a nublarse a causa del dolor. No procesaba lo que decía Herón. Tampoco conocía la razón por la que luchaba, quizás era porque en verdad deseaba seguir con vida, tal vez era su naturaleza el querer aferrarse a una existencia llena de arrepentimientos o podría ser el simple miedo a morir.
Agitar sus piernas hizo que sus zapatos cayeran al suelo. Pronto la sangre se escurrió y goteó hasta manchar el piso cerámico. Herón lanzó el cuerpo de la mujer lejos de él, como si de un trapo inservible se tratase; cuando chocó con el gran ventanal, creó una pequeña fisura en la cristalería.
Lo ultimó que ella vio fue a Herón observando con apatía su mano negra manchada y goteando sangre. La mirada que le dirigía de reojo demostró en un solo instante toda la maldad que él guardaba.
Era terrible, tan terrible como la ciudad y sus secretos.
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Cuando los demonios lloran
Siêu nhiênAl lado de Steven Shelton, Herón se convierte en una criatura indefensa y solitaria; pero para el mundo, es un monstruo cruel y despiadado. ¿Qué podría salir mal? ...