14. Una aspirina para el dolor inhumano

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—Her. ¿Estás bien? —Steven parpadeó un par de veces, viendo con extrañeza a Herón, que se apoyaba sobre una banqueta.

—Ah, sí —respondió jadeante—. Solo es un tonto dolor de cabeza. Nada grave.

Probablemente eso pareciera. El que se frotara las sienes incontables veces solo le dio credibilidad a sus palabras. La expresión de Herón se había tornado lejana desde el momento en que tomó asiento en su débil intento por alejarse de todo.

—¿Sigues sin mejorar? ¿Ya fuiste con el médico? ¿Ya tomaste algo para el dolor al menos?

Herón le movió la mano con indulgencia.

—No tiene importancia. —Fue su única respuesta.

—Iré por una aspirina. —Steven partió de su lado antes de que él pudiera detenerlo

Soltó un suspiro profundo. Herón se sentía sofocado, débil, sin poder contener el dolor que martilleaba su cabeza. Soltó una risa burlona en solitario, pensando en que, si una aspirina pudiera resolver sus problemas, probablemente él habría sido el primero en comprar una buena cantidad.

Para aliviar sus males necesitaba contrarrestar las emociones malditas con recuerdos felices. Era su único analgésico. Pero así como el analgésico, esta cura tenía su tiempo de duración; nada de lo que hiciera podría calmarlo para siempre. El dolor lo buscaría sin importar cuánto intentara huir o dónde estuviera o sus intentos para contrarrestarlo, era su castigo, después de todo.

Herón conseguía mantener sus dos vidas en control la mayoría de veces. No había requerido en ningún momento hacer cosas que afectaran su trabajo o lo que hacía fuera de este, pero, de alguna forma, ahora que había comenzado a moverse de verdad, el dolor había aumentado. Con certeza, él podía afirmar que, cada una de esas emociones percibidas, era parte de su castigo por darle un cruel destino a Adam. ¿Cómo pudo haberle hecho tal atrocidad?

Entendía la gravedad de sus acciones, sabía que estaba mal vivir de los recuerdos ajenos o condenar a un alma solo para lograr sus fines oscuros; pero, más allá de solo comprenderlo, no podía seguir los regímenes de lo bueno y de lo malo. Quizás era malo hacerlo, pero podría ser bueno para él. Así era, solo debía velar por sus propios intereses. El que jugara con otros no simbolizaba nada. No era grave.

Herón colocó las manos sobre sus piernas y aguardó, respirando despacio a la espera de que todo mejorara. En su cabeza, comenzó a contar repetidas veces, como ya era de costumbre, mientras tomaba grandes bocanadas de aire.

Su respiración se volvió esporádica. Varios de sus compañeros de trabajo que pasaban a su alrededor no pudieron evitar preguntarse qué pasaba, pero ninguno fue lo suficientemente valiente como para acercarse a Herón y preguntar cómo se sentía. Tenían miedo.

Cuando Steven regresó con un vaso desechable en una mano y una pastilla en la otra, la expresión sombría de Herón se disipó en un instante, aliviado.

—Creo que deberías ir al hospital, en serio. Luces fatal. —Steven le extendió el vaso de agua.

La comisura de los labios de Herón tembló en una minuciosa sonrisa.

—Esto no servirá de nada, pero aprecio el gesto. —Fue lo que dijo antes de hacer el esfuerzo por tragarse la pastilla y beber el contenido del vaso de una sola vez. Hizo una mueca de desagrado.

A su lado, Steven se desplomó en uno de los asientos vacíos, carcajeando.

—No puede ser tan malo —dijo—. ¿Sabe amargo?

Él negó con la cabeza.

—No es eso, solo que todo lo que como sabe a cenizas, incluso el agua es asquerosa.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora