58. Apaciguar a Herón

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Desde su llegada a la ciudad de Grigor, casi cuatro meses atrás, Mila sentía la necesidad de regresar a su hogar natal para estar junto a sus padres. Aunque su tío fuera una persona amable y la consintiera como a una hija propia, ella no tenía buena relación con ninguno de sus primos. Cada vez que llegaba a la casa, era tratada con indiferencia y raras veces no se burlaban de ella.

Su madre se había casado con un hombre extranjero, por lo que venir a la ciudad era una experiencia nueva. El idioma era diferente, las costumbres también. Todo era distinto a lo que ella estaba acostumbraba.

Para Mila, era reconfortante trabajar en el supermercado porque ahí nadie la criticaba por su forma extraña de hablar, incluso algunos parecían encantados y le decían que era adorable. Su madre le enseñó a escribir y a leer en el idioma de Grigor, pero era muy poco, por no decir casi nada, y eso le traía problemas.

Aunque existían personas que la ayudaban con amabilidad, Herón, su compañero, era demasiado exigente y provocaba en ella un miedo irracional que llevaba a que todo le saliera mal. Rompía cosas y, por cada objeto destruido, el precio se le descontaba de su sueldo. A veces, también colocaba mal los productos debido a su problema de lectura, pero se esforzó en buscar a alguien para que le enseñara mejor el idioma.

Herón no criticaba su acento, como hacían sus primos, tal vez porque él también poseía uno. Le preguntó a él si era de otro país y, mirándola mal, le dijo que sí; entonces, ilusa, ella comentó que los dos se parecían en ese aspecto y, como respuesta, él se burló.

Nunca más quiso relacionarse con Herón, a pesar de que él hubiese sugerido la idea. Nunca hubiera esperado salir como amigos con él, de hecho, ansiaba que no llegase ese día. Mila no sabía cómo actuar ante Herón.

Su compañero no era el único problema que atañía los pensamientos de la joven, un asunto más importante la dejaba inquieta desde el día en que su tío le había informado que un chico la estaría ayudando a entender más los asuntos del supermercado. Y es que presentaba lagunas mentales que la dejaban descolocada cuando su tío le preguntaba cómo era tratada. Lo único que se asomaba a su mente al intentar recordar era a Herón y a nadie más. Incluso soñaba con él, lo veía feliz y con una apariencia completamente diferente.

Más de una vez Mila se preguntó si comenzaba a enamorarse de él, por las locas alucinaciones e imaginaciones fantasiosas que tenía sobre Herón, pero se convenció de que él estaba lejos de ser su tipo ideal de hombre. Su compañero poseía un rostro hermoso, tan irreal que parecía haber salido de su imaginación o de un mundo fantástico. Él fácilmente se convertía en el sueño de numerosas, muchas le coqueteaban e intentaban llamar su atención en el supermercado —clientas y compañeras—. Aun con las cejas fruncidas y los hombros tensos, lograba verse impecable, casi como un príncipe solitario. Era imposible no notar su presencia con su majestuosidad despampanante al andar, con su seriedad, con su indiferencia y con el misterio que daba a pensar que él era hermoso y prohibido al mismo tiempo.

A Herón, por supuesto, no le interesaba nada de eso. Ignoraba a los demás y solía tratar mal a las mujeres, incluyéndo a Mila.

Ella era incapaz de comprender el motivo de los sueños alocados que tenía cada noche, como esa vez que lo vio vestido de blanco y con unas inmensas alas en su espalda, acariciando el rostro de un pequeño niño. ¡Era demasiado insólito!

Siempre eran sueños similares que se repetían una y otra vez desde hacía meses. Mila, dormida, observaba a Herón siendo feliz. Había arrugas en los ángulos de sus ojos, inducidas por la alegría. Resultaba reconfortante. Y, si él era atractivo con el semblante serio —y lo era—, sonriente lo era mucho más.

A los ojos de las personas, Herón era un hombre joven, alto y guapo, con una belleza difícil de encontrar en la vida real, nadie comprendía que él era una criatura angelical errante.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora