9. Un demonio incapaz de sentir

13.9K 1.4K 706
                                    

Lo había hecho otra vez.

Se mordió el labio inferior con absoluta molestia. Otra vez no conseguía entender con claridad el torbellino de pensamientos que se desataba en su cabeza a causa de sus actos, pero lo curioso de todo ese asunto, era que deliberaba bastante cuando involucraba a niños ingenuos. Solamente.

En los últimos días habían asesinado a un adolescente y un borracho solo por la simple y sencilla razón de que ambos humanos habían visto su verdadera naturaleza en su propia sombra. Una figura desprolija y monstruosa era visible en las noches más oscuras, cuando los faroles de cada esquina en una calle solitaria alumbraban al demonio, dejando ver que su cuerpo no concordaba con su sombra. Él no titubeaba ni pensaba tanto, lo hacía por placer, para matar el aburrimiento; sobre todo, para deleitarse en el sufrimiento ajeno luego de que alguien viera su verdadero ser.

El demonio le gustaba mentirse a sí mismo al creer que muy en el fondo existía algún tipo de remordimiento en su interior, que de alguna manera se disfrazaba de desinterés y de una completa apatía. No se lamentaba de sus acciones, pero le gustaba culparse, odiarse, molestarse consigo mismo; le gustaba creer que podría ser como cualquier criatura viviente con la capacidad de sentir y enfadarse, sin embargo, sabía que sus pensamientos y lo que creía sentir, eran meras especulaciones que su mente se inventaba.

Sin importar lo mucho que creyera sentir, al final, acababa con un vacío irreparable en el pecho. Un vacío que se extendía a lo largo de los días, un vacío que se prolongaba y coexistía con su miserable existencia.

Un vacío que no lograba rellenar con nada. .

Cualquier perversión no se comparaba con el acto de cobrar la vida de un niño inocente. Necesitaba un castigo. Necesitaba ser juzgado. Pero él era un monstruo, y una criatura como él no merecía salvación ni ser amado.

La respiración del demonio se volvió esporádica mientras observaba el cuerpo inerte del pequeño Billy recostado en una amplia cama de una habitación completamente a oscuras. Él percibía una fuerte sensación indescriptible. Algo estaba claro, no era tristeza ni dolor ni cualquier derivado de las emociones humanas. Una extraña ausencia se apoderaba de su entorno, dejándole saber que el ritual de despojo había culminado con éxito.

El alma del pequeño Billy finalmente había abandonado su cuerpo para convertirse en un espíritu casi libre.

No obstante, el demonio esbozó una sonrisa complaciente. Para él era bastante claro sus objetivos y las consecuencias de sus actos. Necesitaba sentirse vivo, cualquier emoción era suficiente: dolor, remordimiento, insuficiencia... felicidad. Todo estaba bien si con ello podía agitar la monotonía de su existencia, necesitaba de algo o alguien que colocara su mundo de cabeza. Solo deseaba conseguir llenar un poco el vacío en su interior.

Él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para experimentar todo tipo de emoción, entender a los humanos y el por qué había pecado por seres tan inferiores y mezquinas. Necesitaba comprender por qué había perdido todo por tan poco. Y para conseguir respuestas, necesitaba experimentar y conocer el corazón humano.

A él no le importaba desafiar la lógica de la vida para ello.

Necesitaba emoción, alguna reacción, algún resultado diferente. Todo, absolutamente todo, valía intentar cualquier método y correr cualquier riesgo para sentirse parte de la vida misma.

Después de todo, dentro de todas esas retorcidas ideas, y entre el bien y el mal, la cordura y la locura, el mundo de los vivos y el más allá, los ángeles y demonios, existía una criatura temible:

Herón, un demonio incapaz de sentir.

Con las cejas comprimidas, el demonio comenzó a experimentar una especie de frenesí, una desesperación sin causa tomó control de su cuerpo.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora