62. Malos presentimientos

12.5K 1.4K 259
                                    

La peor parte de los domingos era que luego llegaría el lunes. Y Steven detestaba los lunes. Todos, salvo uno en particular: el día que conoció a Herón.

Recostado sobre su cama e incapaz de dormir, el chico rememoró su primer encuentro con quien era su mejor amigo.

La jornada había comenzado como cualquier otra.

El calor era tan insoportable que él llevaba tan solo una camiseta cualquiera en lugar del uniforme de trabajo. Dejó la caja que llevaba en sus manos sobre una pila de paquetes amontonados para limpiarse el sudor que comenzaba a brotar de su frente.

—¡Stev! —Escuchó a lo lejos el grito de alguien que conocía muy bien.

Se giró sobre sus talones, todavía limpiándose el rostro.

Tara sacudía la palma de su mano de arriba hacia abajo, llamándolo. Había varios metros de distancia y el pitido de los vehículos impedía escucharla bien. Caminó con lentitud en dirección a su compañera.

Al llegar, la sonrisa de la chica se ensanchó en su rostro, evidenciando su emoción.

—¿Por qué estás tan feliz? ¿Ocurre algo? —quiso saber él.

—Primero que nada, el señor Janssen quiere hablar contigo —anunció Tara mientras comenzaba a moverse rumbo a la bodega—. Además, tendremos un nuevo compañero para cubrir el puesto vacante; quizás hasta sea alguien que pueda ayudarte a cargar con todas estas cajas.

Steven se detuvo, preocupado.

—¿Tú crees que me despidan? ¿Qué la persona nueva ocupará mi lugar?

—No seas idiota. Puede que se te asigne al nuevo para que le enseñes —dijo ella y le palmeó la espalda a su amigo, animándolo a ir hasta la oficina del jefe.

Steven, nervioso, comenzó a tronar sus dedos por la ansiedad que comenzaba a consumirle. No podía permitirse perder su trabajo, aunque tampoco debía sorprenderse mucho si ese era el caso. Tenía mala relación con el hijo del jefe por haberle plantado algunas cosas sobre su falta de delicadeza al tratar mal a las personas de escasos recursos, como él, por ejemplo.

Mientras avanzaba hacia la oficina, pensaba en qué lugar podía obtener otro trabajo. Soltó un suspiro. No quería volver a pasar por el papeleo y los requisitos. Era un completo dolor de cabeza.

Se armó de valor y tocó la puerta de madera dos veces hasta escuchar un «adelante» provenir del interior. Al girar la manija de la puerta y empujar para abrirla, pudo ver alguien sentado enfrente de su jefe. No le vio el rostro porque estaba de espalda, pero tuvo una extraña sensación de opresión en su pecho. Una especie de vacío, casi como si arrastraran su alma lejos de su cuerpo.

Se obligó a avanzar, sonriente.

—¿Me necesitaba para algo, jefe? —sonsacó, amable.

—De hecho, sí. Le presento a Herón, su nuevo compañero de trabajo. Quería pedirle que me hiciera el favor de enseñarle y de guiarlo por las instalaciones, así se acostumbra al ritmo de los empleados lo antes posible.

Steven se tranquilizó al instante y se colocó al lado del chico para presentarse. Un nuevo compañero significaba hacer otro espacio en su círculo de amistades. Tal como le decía a su madre: «Puedes elegir vivir en el paraíso haciendo amigos; o en el infierno creando enemigos».

—Es un gusto, mi nombre es Steven; puedes llamarme, Stev o Steve —dijo, mientras le extendía la mano para una presentación formal, aunque se sintió un poco fuera de lugar al decir los sobrenombres que Tara y sus amigos le atribuían.

El nuevo, al observar el rostro de Steven, se mostró confundido y un tanto sorprendido, pero duró solo unos instantes, como si nunca hubiese cambiado de expresión. Pasó de analizar su rostro a observar su mano extendida.

Steven pensó que su nuevo compañero retiraría el guante negro que cubría su mano derecha, pero eso no sucedió. Ni siquiera aceptó el gesto.

El chico tenía la sensación de haberlo visto en otra parte, aunque no recordaba si en verdad lo había hecho o si solo era imaginación suya.

Ninguno de ellos previó que llevarían una amistad que iba más allá de lo humano. Lo que había comenzado como una simple presentación formal de trabajo se convirtió poco a poco en un lazo irremplazable.

Steven abrió los ojos, sonriente. Todavía no podía dormir, pero al menos su estado de ánimo había mejorado al recordar que no todos los lunes eran malos.

Bostezó. Se cubrió con las mantas en un nuevo intento por conciliar el sueño, pero las horas comenzaban a pasar sin tregua, estaba preocupado por algo que no sabía describir.

Había una extraña sensación de vacío y de rareza en su interior. Steven no sabía cómo interpretar lo que rondaba en su mente, ¿acaso Herón lo estaba pasando mal? ¿Qué era ese presentimiento? ¿Y si algo terrible le había ocurrido a su amigo?

Steven abandonó su habitación, la casa estaba a oscuras. Se asomó al cuarto del demonio y no lo encontró. Buscó oír sus movimientos, pero el silencio de la casa lo decía todo. No es que Herón hiciera mucho ruido en realidad, todo lo contrario, era casi imperceptible, pero Steven sabía cuándo el demonio estaba presente y cuándo no. Lo sentía.

Derrotado y todavía lleno de preocupación, regresó a su cama. Acomodó un brazo debajo de su almohada y cerró los ojos. Se obligó a creer que todo era producto de su imaginación y se durmió pensando en el bienestar de su mejor amigo. Estaba listo para enfrentarse al día siguiente, al lunes.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora