72. Insatisfacción

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Algo comprendió Herón en ese preciso instante.

Algo tan importante que desgarró su pecho en agonía, con un dolor inmenso. Su corazón adormecido por tanto tiempo emitió el primer latido. Pronto, los motivos incomprensibles que lo tenían de malhumor cobraron sentido. Toda la inquietud y las cosas que le parecieron absurdas por fin se desvelaban y dejaban ver la dirección trazada desde un principio

Era terrible lo que intuía, eran inconcebibles las ideas que se arremolinaban en su cabeza.

Había una terrible trampa y él cayó hasta el fondo en ella.

Azael era despiadado, malvado como ningún otro demonio. Conocía muy bien a Herón y, porque los dos se conocían, las cosas habían salido de este modo.

Herón sabía lo desesperado que estaba Azael por atraer a humanos a sus redes, a sus engaños melosos; comprendía cuánto deseaba devorar almas más que otros de su clase, pero no lo creyó capaz de hacer otra cosa que no fuese lo acostumbrado. Así como era un parlanchín, también era un glotón desmesurado. Herón sabía todo eso y creyó que el otro se limitaría a conceder el deseo del señor Gerard a cambio de su despreciable alma.

El que fuera convocado precisamente a Grigor, para Herón, representaba un desafío, una advertencia y una amenaza. Era como si en silencio Azael le dijera: «Te estamos observando, recuerda nuestras palabras y la razón de que estés en el mundo humano».

Y tenía razón, Herón estaba siendo observado todo el tiempo.

Se había equivocado de manera terrible.

Ahora iba a sufrir las consecuencias de su error.

La aparición fue tan repentina que no tuvo oportunidad de asimilar lo que eso significaba. Sintió una tremenda conmoción en el pecho que le impidió seguir con sus planes, el sentimiento que se instaló en su pecho logró agitar su corazón muerto.

Perdió el interés en asesinar al humano y se incorporó al reconocer aquella conmoción. Una tristeza tan específica que su lamento se convertía en el más hermoso de los suplicios.

Herón había caído de rodillas tras reconocer que era Adam quien estaba presente a poco pasos. No conseguía comprender qué había pasado para que terminara de ese modo. Sentía una presión en el pecho, una terrible congoja que solo podía ser una insatisfacción enorme, algo empezó Adam y que de alguna forma no consiguió terminar.

Quería preguntar qué había pasado, pero en ese estado tan decadente, dudaba obtener alguna respuesta.

—Herón —llamó. Su voz estaba cargada de sufrimiento, podía ver la lucha interna a través de sus ojos—. Hice... hice...

—Adam —masculló el demonio, se negaba a verlo.

El muchacho lucía devastado, Herón podía sentir su lamento y su desesperación, eso fue suficiente para saber que algo había sucedido. Un alma no podía profanarse sola. El cuerpo de Adam se desplomó en el suelo hasta caer sobre el regazo de Herón. Al verlo en ese estado y sentir la débil presencia en sus manos, supo que sus esfuerzos habían sido en vano. Adam se desvanecería.

Jamás se sintió tan dolido y con una rabia inmensa.

—Steven —balbuceó el chico, apenas audible—, Stev...

—¿Qué pasó? —preguntó Herón, acarició su cabello con las yemas de sus dedos.

—Perdón...

El alma de Adam convulsionó. Herón lo apretó contra sí mismo hasta sentir que se desvanecía en sus manos. Desapareció por completo, sin dejar rastro de su existencia.

El demonio se sintió vació, abandonado. Las emociones que pronto lo acogieron lo colmaban de miedo a ser solo un hombre mezquino que no valía nada. Sí, Herón sintió miedo, inseguridad y el pavor a la muerte. Emociones absurdas, emociones que solo lo alimentaban y que enaltecían su espíritu maligno.

Esperó unos segundos para recomponerse, para recuperar la postura y para despejar de su semblante lo miserable que se veía y el vacío que le dejó la partida de Adam.

A partir de ese instante, ninguna otra emoción tendría para él casi valor ni significancia, no tanto como los hermosos lamentos de un joven enamorado y con esperanzas. Ese tipo de suplicios era su favorito. Las súplicas esperanzadas de personas desamparadas solo le recordaban por qué él mismo buscaba la salvación. Pero, al menos le quedaba a Steven. El pobre e ingenuo Steven, miedoso e inseguro como ningún otro. Era lo opuesto a Adam, pero, de alguna forma, también eran similares, personas con ideales diferentes pero con algo en común. Herón estaba interesado en consumir su alma.

Con esos pensamientos, se volvió hacia Gerard y una nueva noción llegó a su mente: «No todo humano merece ser humano, en especial cuando su corazón se vuelve más oscuro que el de un demonio». Miró por encima de sus hombros con repulsión. Mientras adoptaba su forma demoniaca y se marchaba, juró regresar y planear la muerte de aquel hombre con mucha crueldad. La última mirada que le dirigió cargaba misterio, superioridad y una promesa inquebrantable.

Herón se fue, desapareció.

No tardó en llegar a su casa. El demonio se situó en el segundo nivel con la esperanza de no ser visto. No sabía con exactitud lo que le pasó al alma del buen Adam o dónde se encontró con Azael, si sus últimas palabras fueron una advertencia o un aviso. No estaba seguro de qué había ocurrido.

Pero debía proteger a Steven costara lo que costara.

Al no percibir nada extraño, bajó los escalones hasta el primer nivel, donde las emociones de la señora Ariadna —o de Steven, no estaba seguro— le indicaron que algo iba mal, terriblemente mal.

Cuando dio su primer paso dentro de la sala, el olor a putrefacción inundó sus fosas nasales. El cuerpo de alguien que conocía yacía tirado en los pies de unos de los sillones, mientras que otro se mantenía quieto, abrazando sus rodillas sin despegar la vista del cuerpo podrido.

—Herón —balbuceó, segundos después de percatarse de su presencia. Entre sollozos y lágrimas, lo observó.

El cuerpo del demonio tembló y cayó al suelo.

No quería creer lo que veía.

No quería creer lo que veía

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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora