79. El espectáculo detrás del telón

2.1K 303 126
                                    

El sueño de Selah fue tormentoso y terriblemente profundo. Perdió el hilo de los días y de las noches, vagó por fragmentos de su memoria como si se tratase de una cinta de película.

Herón asomaba en cada rincón; por momentos, parecía que todo lo que ella conocía giraba en torno a él.

Y, finalmente, soñó estar en sus brazos.

—Herón —jadeó.

Ese nombre le arrancaba un pedazo de su ser con solo pensarlo. Su sola mención traía consigo una nostalgia inmensa que oprimía su corazón, como si púas atravesaran su cuerpo de lado a lado, en su cavidad torácica.

Cuando abrió los ojos, sin mover un solo músculo de su cuerpo, dos cosas invadieron su mente: la amargura y la decepción.

Al ver el rostro de su opresor, sintió desilusión por encontrarse en los brazos de un hombre diferente al que quería y deseaba. Quizás estaba mal amar de esa manera, pero su corazón no era algo que pudiese manejar a su antojo.

La expresión de Azael era divertida. Parecía gozar con lascivia tener la compañía de alguien cuyo cuerpo era resistente a su toqueteo, a sus besos y a su presencia. Era glorioso para él. Imaginaba un sinfín de cosas que podría hacer con ella, las cosas que alguna vez aceleraron su corazón y lo llenaron de pensamientos oscuros y lujuriosos.

Bajó la cabeza hacia el rostro inmóvil de la mujer. Lucía débil, estaba cansada y adolorida. Los dedos de su mano tocaban parte del suelo gris, su vestido blanquecido daba color al lugar; incluso sus ojos dorados y de su pálido cabello compensaban todo a su paso.

Parecía una diosa colgada en los brazos de su amante o en las espinosas ramas de un árbol seco. Donde su vestimenta de tiraje largo yacía colgados de rama en rama, meciéndose en un vaivén hipnótico. La luna se ocultaba entre la espesa nube del cielo, sumergiendo al averno en una oscuridad interminable.

Azael buscó el hueco de su cuello, entre la mandíbula y la clavilla, y comenzó a trazar líneas imaginarias con su lengua.

—¡Qué desperdicio! —expresó, succionó con su boca parte de su piel—. Pensar que a Herón poco le importas.

A Selah le resultaba imposible moverse y, por supuesto, solo escuchaba sin rechistar. Estaba demasiado débil para apartarlo o hacer el más mínimo movimiento. Su cuerpo no reaccionaba; yacer entre los brazos y sobre las piernas de Azael era insoportable, y ser besada en partes que nunca nadie había tocado la hacía aborrecerse a sí misma.

Un tercer individuo apareció entre la negrura del lugar, desdibujándose al aire con rapidez para posicionarse a tan solo unos pasos de la pareja en un parpadeo. La única luz que dejaba el sitio en penumbra provenía de una luna falsa, tan irreal y hermosa como el rostro de quienes se regocijaban en la profundidad del abismo.

—¿Cuánto crees que durará entre nosotros? —preguntó el recién llegado.

—Mucho tiempo. Bueno, solo si su razón para vivir está con ella —Azael abandonó lo que hacía y se concentró en el demonio ante sus ojos—. Deseo que Herón sienta lo que es perder algo. Quiero que sienta cómo es tener a su querida cerca, pero sin poder sentirla, amarla.

Las palabras eran negativas, estaban cargadas de desprecio y de repugnancia. Su plan era perfecto, todo marchaba bien.

—El iluso de Herón fue directo a la trampa —bromeó Azael, una carcajada escapó de sus labios—. Sigue siendo el mismo ingenuo de siempre.

Azael saboreó en silencio la victoria y sintió cómo el insaciable hormigueo de ansiedad se colaba en su interior. Deseaba saltar y correr por todas partes. Quizá podría, incluso, ponerse a castigar a su propia especie como una forma de diversión, para controlar su sed de causar daño. Su carcajeo descontrolado se expandió todavía más.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora