49. Ningún demonio es bueno

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—No podría ser la nueva —refunfuñó Herón.

En su mente pasó el desastre que encontró en las secciones restantes, donde muchos productos estaban en el lugar que no les correspondía. Varios de sus compañeros se quejaron ante el desorden, y quién recibió los regaños fue Herón al «no enseñar correctamente». Incluso Steven, desanimado, había mencionado que Mila había mejorado cuando estuvo a su cuidado y que era raro verla cometer esos errores a menudo.

En su casa, tirado sobre su cama, Herón escuchaba la conversación de Steven con su madre, eran apenas unos murmullos ininteligibles que llegaban a su oído. Adam permanecía en la ventana, donde solía estar para mirar la luna situada en su punto más alto.

—Es ella —expuso Adam por primera vez—, estoy seguro.

—No lo creo. No percibí nada en ella —refutó Herón.

—No entiendo.

—De la misma forma como un demonio deja su marca en un humano, los ángeles pueden hacerlo también.

Adam parpadeó.

—¿Era un ángel?

Herón lo ignoró.

—Finalmente, puedo decir que mis planes están dando los efectos deseados. Un ángel ha descendido del cielo para darme salvación. Solo me queda apresurar todo para hacer de este mundo un lugar lleno de lamentos.

Adam quedó en silencio. Seguía sin comprender la mayor parte de los planes de Herón y, por primera vez, quiso gritarle. Algo había cambiado en él tras su encuentro con esa chica, se sentía con menos peso y libre de las maldades que hizo junto a Herón. Gran parte de sus recuerdos se mostraron como escenas cinematográficas, entregándole algo que perdió hacía tiempo.

Se deslizó contra la pared, cayó sobre sus muslos y pensó en cómo todo había girado en su contra y a su favor. Una existencia sumergida en la condena no era lo que quería para él ni para otra persona; y pensar que estaba dispuesto a dejar a alguien en su lugar por sus deseos egoístas le desgarró el corazón. Las ganas de llorar lo invadieron de pronto, quería liberar el mar de emociones que había estado reprimiendo durante meses. ¿Qué le pasaba?

—Las personas se corrompen porque quieren hacerlo —habló Herón—. La vida humana se basa en una serie de elecciones. Muchos se preocupan en haber elegido la ropa correcta, en vez de preocuparse por cosas que verdaderamente importan. Se puede elegir odiar o ser más agradecido.

—¿Cuál has elegido?

—La tercera.

—No mencionaste una tercera opción —se quejó Adam.

—Pero la hay.

Adam no respondió. Se limitó a pensar en las palabras de Herón en un intento por comprender qué ansiaba alcanzar. Su odio le permitió albergar deseos que condenaban a otro, el rencor que generó hacia Herón fue también la causa de su tormento. Si hubiese sido del tipo de personas que elegían el agradecimiento, jamás se encontraría en esa lucha por mantener la cordura. Si hubiese sido más agradecido al haber tenido la opción de salvar a su familia, su lamento jamás habría guiado sus pensamientos y acciones.

¿Pero no estaba en la naturaleza humana el equivocarse?

¿Decir que sí solo era una forma de cubrir la estupidez, y una respuesta negativa era asumir las consecuencias?

Para Herón, era grato poder sentir las emociones de Adam filtrarse en sus sentidos. Resultaba doloroso, pero de una manera placentera. Ahora él tenía dos almas que comprendían las elecciones de la vida, y con eso podría darse por satisfecho; consiente de saber que el ángel quería frustrar sus planes.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora