75. Ausencia tormentosa

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El demonio volvió a concentrarse en el cuerpo podrido de Steven; avanzó hacia él y se acuclilló a su lado. Quería levantarlo, pero se negaba a ponerle un dedo encima por miedo a ver cómo se desintegraba. Su camisa beige, manchado de sangre y rasgado en la parte baja, dejó ver la apertura de su estómago, donde se mostraba lo que quedaba de sus órganos internos que estaban removidos y destripados.

Más allá de ser un simple observador, pasó su mano por encima del cuerpo en busca de algo que quería recuperar. Algo que deseaba tener y atesorar. Algo por el que siempre esperó y cuidó para cuando el momento llegara. El alma de Steven.

Examinó con desesperación al no sentir nada en él. Palpó su cabeza, su corazón, su estómago y todo su cuerpo con la esperanza de obtenerla. Debía estar ahí, no habían transcurrido siquiera horas después de su fallecimiento. Dudaba que Azael fuese el responsable, ningún demonio podía robarse el alma de un humano.

—Su alma no está —murmuró para sí. Cesó su búsqueda, abrió los ojos y, por primera vez desde que vio el cuerpo de Steven, se sintió solo y abandonado.

Aquello no se lo esperaba. Había planeado quedarse con su alma, tenerlo junto a él como parte de una colección. Steven era suyo, nadie poseía el derecho de arrebatarle algo apreciado y significativo para él.

—No lo encontrarás —habló una voz a su espalda.

Herón no sentía la necesidad de voltear, tenía la certeza de saber de quién trataba. Sentía su esencia, su fuerza y el arrase de su aura.

Las manos de Herón se formaron en puños.

—Herón, debes tranquilizarte. Mira lo que has hecho. —No la veía, pero podía afirmar que ella estaba viendo el cuerpo de la señora Ariadna.

—Toda mi vida, todo este tiempo buscaba tu odio. —Herón se levantó. Jamás imaginó sentir el gran vacío que oprimía su pecho; ni las emociones dolorosas ni los sentimientos podrían asemejarse a lo que verdaderamente concebía en ese momento—. Solo quería que dieras fin a esto, Selah. Pero justo ahora, yo deseo matarte con mis propias manos. —Su tono cambió por completo, sonaba furioso.

Al girarse, no le prestó atención ni le importó analizar el estado ni la apariencia del ángel. La embistió, acorándola contra el suelo. Selah no tuvo tiempo para reaccionar, ni luchó cuando el cuerpo de Herón se sentó a horcajas sobre ella.

—Pudiste evitar esto, Selah. —Él envolvió los dedos de su mano alrededor del cuello de ella, sin ejercer presión—. ¿Por qué?

El cabello blanco del ángel se dispersó por el suelo y las puntas de algunos mechones cayeron por la sangre esparcida.

—Pudiste matarme —dijo—. Entonces Steven no habría terminado así.

Sus ojos negros traslucían su desconsuelo, su amargura y la carencia de llanto. Herón no podía llorarle a alguien, no había sentimiento que le motivara a hacerlo. No había algo que pudiera equivaler a las sensaciones vacías que lo acongojaba en ese instante. Él tan solo sentía, pero sabía que eso no era suyo. Estaba vacío y podrido por dentro. Pero más le resultaba desgarrador la ausencia tormentosa del alma de Steven.

—Pensé que podría ganarme tu odio para armarte de valor y que así me mataras, pero fuiste tú quien se ganó mi desprecio, ¿estás satisfecha con esto? —preguntó él y apretó la fuerza de su agarre—. Deseo matarte ahora, Selah.

Ella colocó sus manos en los brazos del demonio, incitándolo a cumplir su palabra.

—No te lo impediría. —Jaloneó el brazo de Herón—. No puedo odiarte ni matarte.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora