10. De momento

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Tenía casi todas las piezas.

Sin embargo, aún recordaba lo que había pasado con el pequeño Billy. Si era tan malo como se hacía creer, ¿por qué por momentos se sentía culpable? Era una sensación momentánea que terminaba olvidando en unos minutos; porque, a lo mejor, eran solo residuos emocionales. Restos de emociones que quedaba en su sistema y que digería más lento y despacio que cualquier otro.

No había forma de que un demonio tan cruel como él sintiera compasión y remordimiento.

Él rio.

Su expresión se tornó oscuro y le restó importancia a sus pensamientos, se enfocó en desechar cualquier duda y emoción indeseada lejos para no importunarlo en sus planes.

El demonio casi podía saborear lo que con desesperación buscaba, casi. ¿Pero qué era «eso» de todas maneras? ¿Salvación? ¿Perdón? Tal vez. ¿Por qué se empeñaba en sentir lo que después traería dolor e insuficiencia? ¿Por qué buscar ser parte de algo cuando nadie podía siquiera reconocer su existencia? ¿Por qué simplemente no podía rendirse y aceptar el cruel castigo impuesto sobre su vida?

Porque él era Herón. Por milenios había sido tachado de «el iluso», el que soñaba con imposibles, un ser bondadoso; tantos apodos atribuidos a su persona solo enaltecían su carácter persistente porque, además de ser todo ello que muchos decían de él, Herón también era «El terrible» y jamás se rendía; él solo saboreó la derrota una vez y, porque era él, hizo todo lo que tenía a su alcance para conseguir ese algo que tanto anhelaba. Aunque le era desconocido, aunque no sabía con exactitud qué quería conseguir, él jamás podría dar un paso atrás.

Lo impalpable, lo insignificante para los humanos, era lo más difícil de tener. Aun así, ¿qué era «eso»? Él era consciente de que buscaba algo con urgencia, algo que él mismo desconocía. Herón fácilmente podría llevar al mundo a la desesperación absoluta para obtener respuestas, para averiguar más sobre la inquietud que comenzó a sentir desde su encuentro con el alma de Adam.

Además, estaba cansado y aburrido. Nada perdía con intentar torcer un poco las cosas. Era su vida, era su ciudad, nadie podía siquiera imponer su opinión al respecto. Al menos, nadie que fuera humano.

Mientras observaba el frágil cuerpo del pequeño Billy reposando sobre una cama, él analizaba también algo en las manos. ¿Hacerlo o no hacerlo? No. Esa no era la cuestión. ¿Con cuál debía empezar? ¿Jugar con el cuerpo vacío de Billy sin que nadie pudiera enterarse... o torturar un poco el alma de Adam solo para verlo tomar alguna decisión miserable? ¿Cuál de los dos planes debería ir primero?

No esperó más.

Con la apariencia distorsionada, una difusa mancha azul comenzó a percibirse bajo la tenue luz que daba la única lámpara encendida en toda la habitación. Era un objeto azul blanquecino, que brillaba tan débil como una estrella lejana en el firmamento, tintineante, ilusorio... distante.

Herón ladeó la cabeza a un lado y, con la gentileza de quien estaba a punto de engañar con una promesa generosa y la malicia escondida, dijo:

—Responde si puedes oír mi voz

El brillo que rodeaba al alma de Adam apenas si pudo parpadear ante la voz de Herón. Un hilo invisible le obligaba a responder con tan solo un simple tirón, ligero, sin malas intenciones aparentes. Algo se encendió en el pecho intangible y lo forzó a balbucear una respuesta ininteligible contra su voluntad.

Herón hizo un sonido con los labios, disgustado.

—Voy a hacerte una pregunta —volvió a decir, echando una última mirada al cuerpo inerte de Billy. Luego volvió su atención hacia el alma de Adam—. ¿Quieres vivir?

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora