4. El deseo

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Existe algo peor que la muerte: el deseo.

Desear algo es peligroso y el demonio lo sabía más que nadie. Sus propios anhelos lo habían arrastrado al destierro y a la pérdida.

A pesar de llevar mucho tiempo en la tierra, conviviendo como un igual con los humanos, no lograba formar parte de su civilización ni acostumbrarse a sus tradiciones. Aprendió sus idiomas, mas no el acento y su forma grotesca de hablar.

Quizá, su peor enemigo no era su naturaleza demoníaca, sino sus ideas y deseos.

Mientas que los humanos son propensos a desear lo prohibido, los demonios salen a buscar, a otorgar y a concebir deseos. En este aspecto siempre han sido ingenuos los humanos, demasiado estúpidos como para aceptar su naturaleza.

Nada podía hacerlo cambiar de opinión al respecto, ni siquiera cuando aún mantenía la esperanza de regresar al paraíso. Él era un imán para las ideas irracionales y para cometer pecados por medio de la virtud.


***

Estar en un ataúd, sumergido en un cuerpo humano, solo demostraba cuán desesperado se volvía día a día. ¿Qué pasaba por su mente al usurpar el cuerpo de ese muchacho en su lecho de muerte?

Los recuerdos. Sí, por supuesto, los recuerdos felices se convertían en el alimento perfecto para sentirse vivo. Para sentirse parte de la vida misma.

El demonio no podía culparse por haber visto en los recuerdos de un humano; culpaba al chico por tener emociones cálidas y la remembranza de una vida feliz. Era parte del precio a pagar.

Inmerso en ese minucioso espacio, la sensación de ser observado era constante y, aunque se había acostumbrado a la mirada expectante de las personas, se sentía extraño ser el centro de atención. No era él a quien juzgaban, no era su cuerpo el que estaba metido en ese ataúd, no era a él quien era observado cuando las personas querían despedirse una última vez del fallecido. No era su velorio y, aun así, sentía que los cuchicheos se enfocaban en él.

El demonio odiaba sentirse juzgado.

Se mantuvo quieto en el mismo lugar, a la espera del momento exacto para dejarse ver. Escuchaba los murmullos de los presentes y el lamento de una madre que le llamaba por medio de un deseo: ser libre de la dolencia. Era un anhelo egoísta que prefería atribuir a otra persona, una ideología materialista. El demonio sentía el desgarro en su pecho, un dolor inimaginable que le hacía abandonar su esencia. Perdió el control por breves instantes, justo en el momento en que alguien miraba por la ventana del ataúd.

Recobró la postura de inmediato y aguardó en ese sitio, ignorando el griterío que surgió poco después de que un niño comenzara a decir que el muerto había abierto los ojos.

Varias personas se habían apresurado a mirarlo, otros solo se quedaron en sus sitios sin creer en ello. El niño tenía fama de mentiroso, así que tuvo mala suerte, porque esta vez decía la verdad. 


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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora