53. Hijos mellizos

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Alex siempre se caracterizó por ser un hombre bastante centrado en sus asuntos. Se graduó de Ingeniería en sistemas a los 24 años; sus buenas calificaciones y el haberse graduado con honores en la universidad le permitieron trabajar en una cadena comercial en la ciudad, ejerciendo su profesión en el área de tecnología.

Aunque su hermano menor era mucho más distraído y enamoradizo, solo le quedaban dos años de la carrera para graduarse, antes del accidente.

Pese a lo ocurrido el noviembre pasado, a tan solo una semana de la muerte de Adam, Alex siempre se maldijo por haber tomado la decisión menos oportuna o, quizá, la más egoísta con él. En ese entonces, cuando aquel niño sucio llegó a su casa, empujando la silla de Alicia, no sabía que era su hermano en otro cuerpo. Actuó despectivo con él y se arrepintió después, cuando supo toda la verdad.

Tras presenciar cosas sobrenaturales y aceptar la existencia de un demonio que acechaba a su familia, estuvo a punto de convertirse en otro desquiciado más, tal como los doctores que habían atendido al niño Adam. Alex había sido incapaz de contener su propia impotencia. Más que asustado, estaba aterrado. Pensaba que, en cualquier momento, iba a volverse loco.

Todo a su alrededor había cambiado, el mundo había perdido la cordura. Su habitación se volvió inusualmente desordenada. Trató de mantener la calma casi todo el tiempo, incluso si estaba en un ambiente alborotado. Tal era la conmoción que, procesar una infinidad de realidades, era abrumador. Ver a su madre perderse día tras día, soportar a Alicia llorar por cualquier cosa y, lo que era peor, imaginar a su hermano condenado en el infierno por pactar con un demonio. A pesar de haber nacido en una familia de católicos, no profesaba las creencias de ninguna religión, pero creía la existía de un dios.

Incluso su difunto abuelo había perdido la cordura sin dejar nunca de mencionar la existencia de un demonio en la ciudad. En ese entonces, él no lo había creído.

Quería saciar la necedad de salvar a su hermano en todo momento, sabía que Adam ya era mayorcito para tomar sus propias decisiones, pero él seguía siendo el mayor y por ello sentía que debía protegerlo, aunque no sabía cómo.

Sin embargo, otro cambio sucedió cuando pudo ver a Adam en persona y darle la información que necesitaba para tomar una decisión. Habían pasado ya varias semanas desde aquel suceso.

Alex tragó saliva. Había ido a la plaza central con frecuencia, con la esperanza de hallar a su hermano otra vez. A escondidas, y siendo bastante cauteloso, descubrió algo interesante en Walmart mientras acechaba.

***

Alex se ajustó la manga de su camisa blanca, la dobló hasta los codos. La clínica del doctor Isahías Giordano lucía impecable. El aire olía a antisépticos mezclados con la fragancia de rosas que la secretaria rociaba en la sala de espera. A Alex no le gustó la combinación de olores, y más de una vez sintió la necesidad de salir para tomar aire fresco. Era asfixiante para él.

Sentado en unos de los sillones, observaba con paciencia el televisor colgado del techo. Había personas que cuchicheaban con sus parejas, imposibilitando enfocar su atención en el noticiero. Optó por recoger uno de los periódicos que yacían ignorados en el centro de mesa.

La puerta principal del consultorio se abrió. Una mujer embarazada entró con un bolso en la mano. Se dirigió a recepción, donde la secretaria le dio unas indicaciones y se sentó a esperar, ocupando el espacio vacío a su lado.

Alex observó su reloj de pulsera. La consulta de Alicia con el ginecólogo comenzaba a demorarse, y él empezó a impacientarse. Aunque la acompañaba siempre a sus visitas con el doctor, su madre, Carlota, entraba con ella. A Alex le correspondía servir de chofer, solo escuchaba el avance y el desarrollo del embarazo a través de su madre.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora