Esa mañana del día lunes, una idea surcó los pensamientos de Herón. El demonio se dirigió al hospital regional para conseguir un nuevo cuerpo. La neblina que cubría la ciudad todas las mañanas le traía evocaciones melancólicas, pero, a diferencia de las imágenes de sus recuerdos, en Grigor no caía nieve.
La bruma que envolvía la ciudad no se disiparía hasta el amanecer, por lo que Herón se apresuró a sumergirse en las instalaciones del hospital. Había pasado mucho tiempo por esos pasillos lúgubres, abrumados por la melancolía y por la pérdida; había visto incontables veces la suciedad que manchaba las paredes celestes, y también había percibido la tristeza de los humanos ante la despedida de un esposo, hijo o hermano. Herón conocía todo tipo de sentimientos y emociones lejanos a la dicha.
En el gran cuarto de cadáveres se percibía el olor a acre, el color de la muerte y un inmenso vacío. Nadie advertía su estadía, no lo veían ni siquiera las cámaras especiales que se posicionaban en cada esquina de la habitación para no dejar puntos ciegos. Los humanos querían atraparlo. Muchos de los cuerpos inertes se apilaban sobre mesas metálicas, cubiertos por sábanas blancas, otros se hallaban en contenedores. Herón era consciente de que la mayoría de esos muertos no les pertenecían a nadie, posiblemente eran indigentes que morían en la calle, solos, sin nadie que pudiera reclamar sus cuerpos; muchas cosas que acudían a su mente inquieta en ese momento.
Herón descubrió la parte superior de cada uno de los cadáveres, necesitaba ver el rostro de la persona que ocuparía su cuerpo como un recipiente. Inspeccionó cada uno hasta toparse con el cuerpo de un joven de cabello negro. No llevaba tanto tiempo de fallecido, por lo que le pareció que serviría para sus fines. Servía, pero no tanto como habría sido útil alguien que apenas llevara minutos u horas muerto.
Se desvistió, quitó prenda por prenda; primero su camisa blanca, luego su cinturón de cuero para pasar a desabrocharse el botón y bajar la cremallera de su pantalón negro, hasta que estuvo expuesto completamente.
Herón no se materializó, adquirió su forma demoniaca y se sumergió en el cadáver. Tardó unos segundos antes de tomar control sobre el cuerpo. Movió los dedos de las manos y pies, después los brazos hasta acostumbrarse al nuevo peso. Era su segunda piel, su contendedor y el muro que evitaría hacer pudrir a las personas vivas.
Se bajó de la mesa, volvió a vestirse y miró el resto de cadáveres.
—¿Sigo yo? —inquirió Adam, ansioso.
—¿Quieres hacerlo? —preguntó Herón de vuelta con una ligereza falsa y poco creíble, como si no hubiera visto y entendido el estado en el que se encontraba el alma del muchacho.
—Siempre me has dado un cuerpo.
Por supuesto, Adam no entendía lo que estaba sucediendo. No comprendía la gravedad del asunto. Darle un cuerpo a Adam significaba tocar su alma, profanarlo, manchar lo que el ángel purificó. Sobre todo, acabar con la salvación y la segunda oportunidad que se le otorgó. ¿Herón quería acabar con eso?
—Tengo un trabajo más importante para ti —le dijo, pensativo. Era cierto, pero si no fuera por la reciente intervención del ángel, jamás consideraría quitarle a Adam el privilegio de tener un cuerpo.
—Quiero que te muestres ante la nueva, Mila. Si dices que logró ver tu alma ese día, será capaz de verte otra vez. Escúchame bien, cualquier cosa que suceda, vendrás a decírmela tan pronto como puedas.
Adam parpadeó, confundido, pero no debatió la orden. Decidió quedarse a observar cómo planeaba alcanzar Herón su cometido. Al verlo iniciar su recorrido entre los cuerpos, sosteniendo las cabezas frías y tiesas de los muertos, Adam se horrorizó al caer en la cuenta del significado de eso actos.
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Cuando los demonios lloran
ParanormalAl lado de Steven Shelton, Herón se convierte en una criatura indefensa y solitaria; pero para el mundo, es un monstruo cruel y despiadado. ¿Qué podría salir mal? ...