—¿A quién amabas? —quiso saber Steven con curiosidad. Había oído parte de la conversación de Herón con Adam, aunque fue incapaz de comprenderla por completo ya que solo algunas palabras llegaron hasta sus oídos.
El demonio se giró al instante al escuchar la voz de su amigo. Steven estaba sentado en medio de la escalera, entre el primer y el segundo nivel de la casa; se sostenía de las barandas a duras penas, le costaba moverse a causa del dolor.
—¿Aún no te duermes? —Herón evadió la pregunta anterior al notar el cansancio en el rostro de su amigo—. ¿Quieres que te ayude a subir hasta tu cuarto?
—No, no es necesario. Puedo ir solo —respondió el chico mientras volvía a ponerse de pie—. Por cierto, ¿con quién hablabas? ¿Y dónde está tu amigo, el que trajiste ayer?
—Te ayudaré a cambiar las vendas —dijo el demonio—. No te muevas.
Apresurado, Herón corrió escaleras arriba hasta su dormitorio. Intentó recordar dónde había colocado la caja de primeros auxilios. Buscó debajo de la cama y dentro de su armario hasta que halló lo que buscaba, encima de un mueble. Salió de la habitación y volvió a descender. Encontró a Steven sobándose el estómago con ambas manos; seguía de pie en el mismo sitio que lo había dejado.
—Siéntate —ordenó Herón, pero no esperó a que su amigo lo hiciera, sino que puso ambas manos sobre sus hombros y lo forzó.
Fue algo repentino para Steven, que parpadeó confundido.
—Puedo hacerlo yo mismo, no te preocupes —intentó objetar.
—Lo sé —dijo Herón—. Sé que puedes hacerlo.
Desde que el demonio descubrió la forma de contrarrestar su toque mortal con los humanos, ansiaba disfrutar de detalles tan simples como curar la herida de Steven. Podía tocarlo ahora sin matarlo, podía hacer algo más que no fuese únicamente asesinar. Sus manos también podían sanar, a pesar de que su naturaleza monstruosa regia más que la sanidad que podía ofrecer su tacto.
—Estoy muy cansando, siento como si un camión me hubiese atropellado; pero... —Steven carcajeó—. Olvídalo. No sé cómo decirlo, tengo una rara sensación. De pronto, tengo miedo. No te burles.
Él sabía cómo se sentía. Sabía a qué le tenía miedo o a quién. Jamás se burlaría, él le había plantado ideas diferentes y otros hechos, pero jamás podría borrar los sentimientos respecto a su naturaleza monstruosa, aun cuando quisiera hacerlo. Él mismo no lo permitía. Steven debía temerle, aborrecerlo. Herón sería amigo suyo mientras no supiera nada. Mientras existiera el secreto.
El demonio escuchaba las palabras de Steven, no era como las pláticas habituales con otras personas donde fingía oír y cada tanto emitía algún comentario; a él lo escuchaba de verdad.
—Sé más cuidadoso la próxima vez —dijo Herón instantes después. Terminó de hacer su labor y miró a su amigo—. ¿Seguro que el médico dijo que las heridas no eran graves?
—No lo sé, no recuerdo, pero me duelen la espalda y el abdomen.
—Vamos, te llevaré a tu habitación. Todavía te queda un nivel y medio por subir.
Steven sentía pesado el cuerpo, quería quedarse allí. Las ganas por ir a otro lugar se habían desvanecido, aunque sabía que no solo su abdomen o espalda le dolerían al despertar si se quedaba dormido en medio de la escalera.
—¿Debería cubrirte en el trabajo mañana? —sugirió Herón.
Steven apenas si pudo abrir los ojos ante esas palabras, tenía mucho sueño.
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Cuando los demonios lloran
ParanormalAl lado de Steven Shelton, Herón se convierte en una criatura indefensa y solitaria; pero para el mundo, es un monstruo cruel y despiadado. ¿Qué podría salir mal? ...