68. Hasta ese momento

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Steven era alguien feliz.

Después de saber la verdad sobre su padre y analizar la situación, se esmeró en ser mejor persona. Desde pequeño soportó ver las lágrimas de su madre, deseando hacer algo por ella; pero era tan solo un niño.

En ese momento, se notaba ansioso, torpe, incapaz de contener el gran sentimiento tortuoso que pronto se instaló en su ser. Estaba confundido, varios recuerdos abrumaban su mente insegura. Tenía el presentimiento de que debía hacer algo; una extraña sensación de descontrol y de aturdimiento crispaba su corazón. Tal vez era temor, o todo aquello que nunca se permitió sentir durante años. Estaba fatigado mentalmente. Sin saber exactamente el motivo de su molestia y de su temor, cayó de rodillas.

La mirada inexpresiva de Herón, sus ojos negros y vacíos, lo había observado con naturalidad, sin inmutarse sobre el secreto desvelado. Podía haber convivido con un demonio por casi tres años, y ahora que sabía las respuestas que ansiaba descubrir tiempo atrás, solo quería regresar al tiempo a su ignorancia.

Había visto a Herón en un estado de sufrimiento, siempre dijo que estaba cansado de la vida, que buscaba el perdón y una forma de salvarse. Lo había visto decaído, entristecido, pero jamás feliz. Quería guardar esos recuerdos y eliminar la imagen del monstruo que sonreía mientras juraba asesinar. Herón no era así, no lo era en absoluto. De pronto, una pregunta se asomó en su cabeza, seguido de otras más. ¿Acaso Herón nunca se mostró ante él de ese modo?

«Sé feliz, Stev».

¿Qué se suponía que significaba? ¿Cómo podía Herón ser amable con él? Estaba seguro de que él había visto sus pensamientos, de lo contrario no se habría visto tan enojado y decepcionado.

¿Steven había hecho mal?

Inspiró hondo. Con sus manos alborotó el cabello rubio con desesperación. Se sentía fatal. Tenía un vacío existencial y sentimientos encontrados justo en ese momento, todo al mismo tiempo. Como si le hubieran arrebatado algo realmente importante, como si experimentara el dolor de la pérdida de un ser querido, aunque jamás había visto fallecer a alguien cercano. No tenía familia más allá de su madre.

Bajó ambas manos y comenzó a frotar sus ojos azules con fuerza. Entonces, sin esperarlo, algo comenzó a llamarle la atención al terminar de aclararse la visión. Por el rabillo de su ojo derecho, comenzó a distinguir un objeto azulado ganar terreno en su campo visual. Al girar su cabeza para observar bien, una mano se extendió cerca de su rostro.

—¿Estás bien? —preguntó el recién llegado.

Su respiración se volvió fuerte, pesada, estuvo a punto de lanzarse hacia atrás ante lo que veía, pero no lo hizo. Se quedó inmóvil, incapaz de moverse.

—Adam —masculló Steven, confundido. El cuerpo del recién llegado palpitaba de un color azul blanquecino, quiso aceptar la mano que le ofrecía, pero se desvió atravesando su cuerpo.

Steven tragó saliva, confundido. Más que eso, estaba realmente sorprendido.

—¿Qué significa esto? —murmuró Steven, observando su mano. Estaba fuera de sí, aunque no aterrado, tan solo quería librarse de la sensación que oprimía su pecho. Estaba abatido y demasiado confundido. Su respiración se aceleró y sus latidos cardíacos se volvieron frenéticos.

—No te asustes, sé que te aterran los fantasmas y los demonios.

Steven sacudió la cabeza en negativa.

«Me asustaría si no estuviera tan ido», pensó.

—¿Has visto a Herón? —preguntó Adam—. Me fui de su lado por un momento y, ahora que estoy de regreso, no lo encuentro en un ningún lado.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora