36. Siempre distante y sombrío

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Era el primer domingo del mes de marzo del dos mil quince. Pensativo, Steven miraba por el gran ventanal. Veía la pequeña trayectoria que recorría todas las mañanas para ir a tomar el transporte público rumbo a la ciudad. Usualmente esos buses lo dejaban a un costado del zoológico, allí tomaba otro que lo dejaba a una cuadra de su zona de trabajo.

Los domingos podía descansar tranquilamente, raras veces salía de la casa y ayudaba a su mamá con los quehaceres. Cuando podía, también asistía a la iglesia Palabra en acción. Pero, ese día en particular, no parecía interesado en hacer algo en concreto.

Su madre le insistió con que viajara con ella a la ciudad para llenar la despensa, tampoco tenía ganas de hacer eso. Resignado, fue a buscar una bolsa reutilizable a la cocina. La enrolló hasta dejarla pequeña y la metió en uno de sus bolsillos delanteros.

—¡Ma! —gritó—. ¿Ya está lista?

—¡Ahorita! —respondió la mujer en voz alta.

Steven se sentó en uno de los sillones que conformaban la sala y esperó. Pensativo, intentó recordar qué buses pasaban al mediodía. Miró su reloj de pulsera sin ver la hora que marcaba. Steven estaba abstraído en sus pensamientos sobre distintos asuntos a la vez. Minutos más tarde, la señora apareció con un vestido floreado y un suéter de lana.

—Tal vez alcancemos el que pasa antes de la una y media.

Bajo esa idea, madre e hijo comenzaron su tarde de compras en el pequeño camino de terracería que cruzaba el bosque. Steven se preguntaba por qué Herón había adquirido una casa por esos lugares, alejada de la carretera principal y de la ciudad, habiendo ventas de lotes y de casas en mejores sitios. Quizá se debía a una situación personal, si tenía en cuenta la actitud distante y sombría que mantenía Herón hacia las personas.

La compra de alimentos duró alrededor de tres horas. Para las seis de la tarde ya estaban de regreso. A unos cuantos metros de la casa, la madre de Steven se percató de algo.

—No dejé las luces encendidas, ¿fuiste tú, Stev? —comentó ella.

—No —contestó él, que antes estaba tatareando una canción que escuchó en el bus. De inmediato, una idea pasó por su mente al ver la trasparencia de las ventanas del segundo nivel. Las luces estaban encendidas, pero no distinguió a nadie en el interior—. ¿Será que...?

Inquieto, con el corazón latiendo rápido, corrió hacia la puerta de entrada. Dejó a su madre atrás con dos bolsas en cada mano. Steven cargaba la mayoría de las compras, pero el peso lo sintió ligero al concentrarse en la persona que podría estar en la casa.

Al llegar a la construcción, giró la manija y descubrió que todavía tenía seguro. Sus expectativas por encontrar a Herón poco a poco desaparecían. No recordaba haber dejado encendida ninguna luz, a menos que él o su madre no se percataran de que hubiese estado encendida todo el tiempo debido a la claridad del sol. Steven sacudió la cabeza en negativa. ¡Eso no era posible!

El chico abrió la puerta y entró. Palpó cerca del marco el interruptor de la luz de la sala para sorprender al intruso que veía televisión a oscuras. Tan pronto dio su primer paso, la bolsa verde que cargaba en el brazo izquierdo cayó al suelo. Los frijoles y los jalapeños enlatados rodaron al pie de uno de los sillones. Estupefacto y completamente sorprendido, Steven se alertó al ver que el hombre al que tenía frente a sus ojos era un completo desconocido.

—¿Quién eres? —espetó Steven a la defensiva.

Sentado, con las piernas una sobre la otra, en uno de los sillones blancos, un chico de complexión delgada se mantenía inmóvil, ni siquiera parecía sorprendido por la llegada de Steven. Una chaqueta de cuero negro colgaba encima de sus hombros.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora