80. Deseos ocultos

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Tras la noticia de la reciente llegada de Herón, la horda de demonios que vigilaba a Azael en silencio se esfumó entre la oscuridad. Pronto, la sensación de estar bajo constante escrutinio abandonó a Selah. El ángel sintió un inmenso alivio. Incluso el aire parecía haberse aligerado ante la falta de los demonios, como si su sola presencia hiciera del ambiente algo pesado, tenso, frío y hasta solitario.

Ella soltó un suspiro profundo. Quizás este era su castigo por haber hecho lo que hizo, probablemente el que sintiera tantas sensaciones nauseabundas en ese instante debía significar algo realmente malo, terrible. Un poco de su fuerza se recobró y una leve sonrisa apareció en sus labios, pero duró tan solo unos segundos. Logró mover apenas uno de sus dedos. No quiso seguir esforzándose, no deseaba gastar lo último de su energía para hacer algo innecesario. Volvió a suspirar con cierto dejo de melancolía.

La confesión de Azael la aturdió en todos los sentidos posibles. Sintió repulsión y desprecio, odio y hasta recelo. ¿En qué se convertiría luego de ser el juguete de un ser tan asqueroso? ¿Cómo había acabado en semejante situación? Probablemente era su propia culpa por amar a un demonio.

Para tranquilizarse, intentó hablar.

—Azael —dijo ella. Por primera vez observó con detenimiento al hombre que la sostenía. El nombre salió a zarpazos de su boca, como si soltara inmundicias.

Un par de ojos negros la observaron con diversión, las líneas que adornaban sus facciones endurecidas se marcaron todavía más. Era joven, pues el tiempo se había estancado en su rostro y en su cuerpo para darle forma a esa criatura escultural y bella, a ese ser inmortal.

—Dime, pequeña —susurró él con una sonrisa en su rostro.

—¿Podría hacerte una última petición?

—Eso depende, querida.

—Si accediera a quedarme por voluntad propia, ¿ustedes me permitirían ver a Herón en privado? —rogó, su fuerza comenzaba a resurgir de a poco, pero no era suficiente para escapar. Fingió seguir debilitada.

—No, querida. ¿Por qué lo permitiría?

—Porque quizá te convenga —insistió ella, convencida—. Una vez que recobre mis fuerzas, podré llamar a Azrael y pedirle que me saque de aquí. —Su voz aún se escuchaba débil, pero fue lo suficientemente para dejar en evidencia sus intenciones—. Además, ¿qué crees que podría hacer en este estado? Sería un estorbo para Herón si intentara algo.

Azael arrugó la frente, sintió una punzada de angustia en el pecho. El reciente atrevimiento de Selah no era en absoluto una petición, era una advertencia de sus próximas acciones y una amenaza a su plan supuestamente perfecto. Podía haber ideado todo para retener a Herón a la fuerza, sin embargo, si no conseguía hacer que Selah permaneciera a su lado, lo que soñó alguna vez podría disiparse en un instante. Selah era un ángel después de todo, y era una casualidad que se encontrara débil cuando la aprisionó. Si ella decidía darle la espalda a Herón, si decidiera irse y llamar a Azrael... todo habría acabado.

El demonio soltó un gruñido y accedió, malhumorado.

—Pero será bajo mis condiciones —demandó.

—No importa, solo deseo verlo —pidió ella una vez más.

—¿Por qué quieres algo como eso? —cuestionó Azael, intrigado.

—Incluso si es solo una vez, lo daría todo por ver a Herón. Ya no importa lo que me ocurra a mí, solo quiero verlo.

Azael no siguió preguntando. Sintió náuseas, una repulsión horrible, incluso le dio la impresión de que su estómago podrido y seco se revolvía. No encontraba sentido al amor y no esperaba entenderlo tampoco. Lo único que veía en las personas era lo divertido que era jugar con ellas hasta destrozarlas. No había nada más entretenido que acabar con la esperanza de quienes poseían ilusiones y sueños tontos.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora