37. Pensamientos en blanco

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En el fondo, Mark McShane deseaba que todo aquello fuera una vil mentira.

—Solo tráelo inconsciente al auto —demandó sin expresión alguna.

Odiaba hacer daño a las personas, a pesar de que él era el principal responsable de numerosas desgracias y desapariciones, de asesinatos y de robos.

Su chofer asintió con la cabeza. Abandonó su lugar dentro del auto negro y salió trotando hacia el chico que caminaba a unos pasos. Mark presenció el acto desde la comodidad de su asiento, fumando lo poco que quedaba de su cigarrillo con tranquilidad, pensando en que ese muchacho merecía muchas cosas. Planeaba descargar su odio, su furia y su tristeza contra él, porque solo de esa manera podía lastimar a alguien más. Pagaría Herón el mismo sufrimiento que le causó al matar a su hijo.

El aire gélido de la noche que entraba por la ventana abierta del vehículo hizo revolotear su cabello con agresividad. Al ver que Elías, su chofer, había cumplido rápido con su cometido, se apresuró a quitar el seguro en las puertas traseras. Le había propiciado a la víctima un fuerte golpe en la cabeza, lo suficiente como para dejar al chico inconsciente. Arrastraba a duras penas el cuerpo hacia los asientos traseros del auto.

—Bien hecho —dijo mientras arrojaba la colilla de su cigarrillo por la ventana—. Déjalo ahí y apresúrate.

—Sí, señor. —Se limitó a decir el hombre. Tiró sin delicadeza el cuerpo inerte sobre los asientos. Luego, se apresuró a tomar su lugar para conducir.

Mark había considerado el plan durante meses. Tras verificar que no estaba en la mira del demonio y, al notar su ausencia de las semanas pasadas, consideró llevar a cabo su estrategia antes de que surgiera alguna inconveniencia. Había inhabilitado una de las sucursales de sus restaurantes pocos días antes, bajo la excusa de hacer remodelaciones, cuando en realidad quería tener un espacio libre en el que llevar a cabo sus planes.

Se dirigieron al lugar con prisa, temiendo que el chico pudiera despertarse y arruinar las cosas. Mark tenía todo preparado, era el plan perfecto.

Una hora después, se vieron obligados a inmovilizar a la víctima sobre una silla de madera, con las manos atadas en la espalda. Estaban dentro de la cocina, con los aparatos nuevos y los materiales relucientes. Mark sintió una punzada de arrepentimiento al usar un lugar sagrado para ese propósito. Consiguió Elías agua del lavatrastos y, de inmediato, la vertió sobre el pobre chico, que tosió repetidas veces por la sensación de ahogo.

Mark ladeó la cabeza a un lado y sonrió.

—Hola —dijo.

El muchacho tosió un par de veces más, sintiendo un punzante dolor en la parte trasera de la cabeza. No respondió hasta recobrar bien los sentidos y analizar el espacio a su alrededor.

—¿Dónde estoy? —preguntó, apretando los ojos—. ¿Quiénes son ustedes?

—Nuestro nombre no importa en esta ocasión, muchacho. ¿Ya despertaste del todo?

—No tengo dinero —fue lo que primero llegó a su mente—, si querían obtener dinero de mí al secuestrarme, pierden su tiempo.

No parecía nervioso o con miedo, se veía... triste.

—¿Quién dijo que queríamos dinero? —inquirió Mark con sorna.

Era bastante evidente qué clase de chico era. Se trataba de un joven pobre, que había sido criado por su madre nada más. Lo conocía más de lo que podría conocerse a sí mismo, sabía cosas que él jamás podría conocer en toda su vida. Incluso sabía el paradero del hombre que lo abandonó.

—¿Ah, no? —Parecía sorprendido

—Tengo bastante dinero, ¿sabes?

—¿Entonces? No recuerdo haberle hecho nada a nadie.

Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora