40. Cesantía de cuerpos

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«Puede haber límite para la vida de una persona, pero su alma es eterna».

La clave estaba en usar el cadáver de un humano como recipiente, como una segunda piel.

Aunque Herón hubiese dicho que la muerte no era más que la separación del cuerpo y el alma, Adam no tenía muy en claro dos asuntos: ¿qué era lo que los unía?, ¿y cuándo ocurría la separación?

Comenzaba a pensar sobre las almas para responder sus propias dudas sin depender del conocimiento de un demonio. Quizá, la conversación que tuvieron sobre hacer un intercambio fue el detonante que sirvió para despertar su interés. Adam ansiaba libertad, vivir y gozar de cosas que no apreció en el pasado. La única forma de obtener eso era condenando a otro en su lugar.

Si buscaba a un humano depresivo, uno que estuviera dispuesto a morir, tal vez obtendría el intercambio al proponerle una vida feliz después de la muerte, ¿pero él no quedaría con los pensamientos suicidas? ¿No estaría actuando igual que un demonio al engañarlo? Si se inclinaba por alguien estable, tanto emocional, mental y económicamente, ¿él o ella querría desaparecer? Adam lo dudaba, personas así carecían de un propósito para partir al otro mundo.

¿Cómo podía regresar siendo él mismo de antes?

Esas posibilidades no tendrían sentido si iba a perder sus recuerdos. Lo que más deseaba era vivir una vez más, dejar de ser un alma que vagaba entre los vivos sin ser parte de la sociedad. Aunque poseyera un cuerpo idéntico al que tenía antes, sentía que no encajaba. Desde que comenzó a usurpar cuerpos, siempre anduvo con la sensación de incompatibilidad, como cuando colocaba la pieza de un rompecabezas en la posición incorrecta. A diferencia de un simple juego, Adam sabía que conformarse con lo que tenía era suficiente para fingir estar vivo, que era la única forma de no ser ignorado.

Todo estaba mal, cada cosa que hacía estaba terriblemente mal. Era consciente de ello, pero jamás se resistió. No se negó cuando Herón le presentó su idea una noche lluviosa, mientras observaban el cuerpo de dos jóvenes ebrios, tirados afuera de una cantina, cerca de la terminal de buses de Minerva. Eran dos chicos con toda una vida por delante.

En ese momento, le había parecido una oportunidad para vivir lo que ellos desperdiciaban al entregarse a los vicios. No le importó cuando Herón les arrebató la vida, haciendo saber qué con sus almas.

—Despojar el alma de un cuerpo es tarea fácil. —Fueron sus palabras. No le había prestado atención en ese momento. Tan solo quería volver a sentir que podía vivir de nuevo.

Pero Adam no sabía que esos cuerpos se pudrirían, que iban a servir como un medio para asustar a la población al dejarlos como basura en lugares transitados. Adam no sabía que hacerlo sería exhaustivo, una tarea que beneficiaba a Herón y no a él. Debido a esos actos, poco a poco perdió el remordimiento y albergó el deseo de quedarse con un cuerpo de manera permanente.

Por eso, cuando dejaron a Steven dormido en su habitación, se marcharon a buscar un nuevo cadáver para usurpar. Y, en cada proceso, se instalaban en el corazón de Adam sentimientos negativos y el deseo de cobrar vida por vida.

Cuando él creyó que Herón podía responder alguna pregunta, se atrevió a indagar más, pues aún tenía algo taladrando su cabeza.

—¿Por qué mataste a tu hijo? Era tu familia.

—No me importaba. —Una explicación bastante clara. Cruel, inhumana.

Herón no amaba, ni amaría. Solo era un demonio como cualquier otro, no era bueno, no era compasivo. Si mató a su propia familia, eso le abrió a Adam la explicación más grande sobre su falta de remordimiento cuando arrebataba vidas. Realmente comenzaba a odiarle. Ya lo hacía desde antes, pero su ira aumentaba, aunque no entendía por qué.

¿Por qué Herón hacía todo eso? ¿Por qué usaba a los humanos?

Una cosa estaba clara: Herón no merecía ser salvado ni perdonado. Nadie podría hacerlo. Los demonios carecían de sentimientos, él en especial.

Adam se dignó a preguntar, con temblor y miedo por escuchar la respuesta.

—¿Qué es lo que deseas realmente? —inquirió, quería asegurarse de algo.

Herón no se esmeraba en conseguir el perdón, basándose en sus actos recientes, parecía querer hundirse más en la oscuridad donde vivía, por esa razón usaba el cuerpo de los humanos, para burlarse de los ángeles y atemorizar a la población con hechos monstruosos.

Cuando Herón estiró los labios en una minuciosa sonrisa, su expresión se transformó. Parecía sincero.

—Mi salvación —dijo.

Aquello inquieto más a Adam. El desasosiego creció en su pecho, martilleándolo, negándose a creer el significado real de esas palabras. 

 

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Cuando los demonios lloranDonde viven las historias. Descúbrelo ahora