Cuando los demonios lloran

32. Apenas el comienzo de algo

La última vez que Steven vio a Herón fue esa pasada madrugada.

Había transcurrido una semana y nadie sabía dónde estaba, ni siquiera él, que vivía bajo el mismo techo, sabía algo. Interesado, Steven le preguntó a su jefe si la ausencia de su amigo era justificada.

—Herón presentó su carta de renuncia hace varios días. —Había sido la respuesta del señor Janssen.

Tara, su amiga más cercana, preguntaba por Herón también; al igual que todos, Steven estaba desconcertado por esa repentina renuncia. Pronto una nueva empleada, que parecía ser la sobrina del encargado, sustituyó el lugar de su amigo.

Hacía alrededor de dos años atrás, un día lunes, si Steven no recordaba mal, el señor Janssen le había pedido el mismo favor: encargarse de un novato y enseñarle a llevar a cabo su trabajo. Era una asignación que no se le negaba al supervisor. Sin embargo, a diferencia de aquella vez, la nueva empleada era bastante alegre y un poco torpe; a Steven le fue imposible no comparar la diferencia de actitudes. Sacudió la cabeza, pensando que existía una razón importante para que su amigo hubiera abandonado el trabajo sin previo aviso. Según lo que recordaba, para Herón, era importante trabajar ahí.

«No se trata de dinero, Steven. No tengo ningún interés en las cosas hechas por humanos» recordó Steven las palabras que usó Herón aquella vez que le preguntó por qué había abandonado su trabajo previo en la universidad. Seguía sin comprender. ¿Qué buscaba Herón y de qué estaba cansado?

Si tan solo pudiera saber algo, quizá podría servir de ayuda. Si tan solo Herón fuese más abierto con sus emociones o sentimientos, entonces él haría lo imposible para encontrar la forma de aminorar su sufrimiento. Pero Steven solo tenía buenas intenciones y no sabía lo que le deparaba el futuro.

Probablemente, los sucesos que ocurrieron en la ciudad de Grigor más adelante serían apenas el comienzo de algo. La misteriosa desaparición de Herón era solo el comienzo.